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El Kurdistán, la herida de Turquía

Los generales turcos admiten la falta de apoyo popular para luchar contra la guerrilla

Juan Carlos Sanz

ENVIADO ESPECIAL Tiene 40 años, ocho hijos y está furioso con el mundo. "¿A quién le importa cómo me llamo? ¿Se van a preocupar de mi familia en Europa si les digo mi nombre?". Sentado en cuclillas ante una chabola de las afueras de Diyarbakir (sureste de Anatolia) narra con desgana su desesperación: "Me echaron a la fuerza de mi casa de Silvan [90 kilómetros al este de Diyarbakir]; las otras 100 casas también fueron derribadas y quemadas". Ahora recoge chatarra para dar de comer a los suyos al menos una vez al día, mientras sus viñas y frutales se están pudriendo. Es kurdo, como la quinta parte de la población de Turquía. Y junto a decenas de miles de desplazados, este campesino es el único derrotado visible en la guerra no declarada entre el Ejército y la guerrilla independentista kurda.

Más de 22.000 personas han muerto desde que el separatista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) se alzó en armas hace 13 años. Sus 10.000 guerrilleros y 50.000 militantes activos se enfrentan a 200.000 soldados y 70.000 campesinos armados por los militares: los guardas rurales. El conflicto le cuesta a Ankara casi 600 millones de pesetas diarios.

"Creemos que en el clima que se ha logrado en la región [Kurdistán turco] sería posible aplicar las reformas sociales y económicas que son imprescindibles para prevenir el terrorismo". No es una declaración de Amnistía Internacional ni de observadores exteriores bienintencionados. Lo anunciaron hace dos semanas los altos mandos del Ejército, aunque pasó inadvertido en medio del trasiego de amenazas castrenses contra el islamismo.

Los generales reconocen implícitamente su fracaso al admitir que no cuentan con el apoyo de la población kurda en su lucha contra la guerrilla: "Nos tememos que la lucha contra el terrorismo no podrá tener éxito sin el apoyo de la gente. Creemos que los problemas que están en la base de todo esto [la rebelión armada contra el Estado] distan mucho de haber sido liquidados".¿Miedo? Un día en mi pueblo es peor que 100 años en una chabola", explica el campesino de Silvan. "Claro que dimos ayuda y cobijo a los guerrilleros. ¿Qué podíamos hacer si ellos tenían armas nosotros no?". El investigador Mehet Alí Kisdale, uno de los pocos turcos que se han atrevido a abordar con independencia la cuestión kurda, argumenta que el Ejército se equivocó al calificar desde un principio la rebelión del PKK como un "conflicto de baja intensidad"."Los generales de Ankara aplicaron la misma estrategia que los británicos durante las revueltas kurdas de 1920: guerra a campo abierto. Pero Turquía no estaba preparada para que el enfrentamiento durara tanto tiempo", argumenta Kisdale. La respuesta fue declarar el estado de excepción e implantar la ley marcial, que aún susbsisten en el sureste de Anatolia, y desarrollar desde comienzos de los noventa una política de tierra quemada para privar a la guerrilla de apoyo logístico: un millar de pueblos arrasados, y sus habitantes, forzados a marcharse si no se sumaban a los guardas rurales. "El Estado Mayor cree que ahora existe un estado de violencia asumible en el sureste e intenta una salida política mediante medidas económicas, sociales y culturales, para que la población vea al PKK como único responsable de la violencia", explica el experto de Ankara.

Mientras los monjes de Deru Zafran rezan su salmodia en arameo, una sustancia más antigua que la historia se apodera del monasterio cristiano de rito asirio, en el precipicio de Mardin (90 kilómetros al sur de Diyarbakir) que domina la llanura de Mesopotamia y la legendaria Ruta de la Seda. "Soy asuriano [así se llaman a sí mismos los seguidores del evangelio según san Marcos] y kurdo, aunque en mi pasaporte pone que soy turco", dice con sorna el prior del monasterio, protegido por 1.500 años de muros de sillería que se asientan sobre una gruta inmemorial en la que se rendía culto a Zoroastro. A muy pocos kilómetros del santuario cristiano, las fuerzas de seguridad han abandonado algunos de los puestos de control que antaño salpicaban la carretera.

Los residentes en la zona consultados por EL PAÍS confirmaron que, como todas las primaveras en los últimos cinco años, el Ejército turco ha concentrado tropas desde hace dos semanas en la frontera iraquí, donde el PKK cuenta con bases de apoyo en zonas controladas por las milicias kurdas del norte de Irak, cuyo territorio escapa al control de las fuerzas de Sadam Husein tras su derrota en la guerra del Golfo.

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Cuando este enviado especial víajó hace dos años Diyarbakir, con la permanente sombra de la polícia secreta tras sus pasos, los responsables de la Asociación de Derechos Humanos (IHD) y el prokurdo Partido de la Democraia del Pueblo (Hadep) estaban entre rejas. A pesar de las tanquetas que un siguen emplazadas ante la Gran Mezquita de Diyarbaquir, un antiguo templo cristiano y emblema espiritual del Kurdistán turco, el escenario de la ciudad parece haber cambiado: los observa dores ya no son descaradamente observados, la animación nocturna de los cafés ha hecho olvidar el toque de queda y los dirigentes de IHD y Hadep pueden hacer gala de la hospitalidad oriental ofreciendo té a los visitantes extranjeros.

Abdulá Akin, secretario del Hadep en Diyarbakir, insiste en que "el diálogo es la única alternativa". "No hay signos de que haya avances por parte del Gobierno de Erbakan, pero empieza a ser visible que en Ankara se está buscando un camino para hallar soluciones, a pesar de haber fomentado entre los turcos la idea de que un sistema federal implicaría la división del país", intenta explicar Akin mediante rebuscadas fórmulas, como la que le lleva a responder: "No es posible decir que Hadep es el ala política del PKK, pero es evidente que tiene apoyo popular".

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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