Ganar la Liga a pesar de Sanz
Los empleados del Real Madrid saludaron a su manera la presencia de Fabio Capello. Para unos era "el domador"; algunos otros escogieron una denominación más sugerente: era "el centurión". Capello era un hombre difícil en el trato, con una concepción muy jerárquica del trabajo: era déspota y exigente, condición que se agravaba con los subordinados de tercer nivel. Su conducta se guiaba por un código muy rígido, el propio de quien se sabe cargo de confianza de la empresa: después de cada desplazamiento se despedía ceremoniosamente del presidente y su mujer. Quienes mejor le conocen no se explican lo sucedido. No les encaja un Capello traidor y deshonesto, la imagen que se ha divulgado desde la presidencia del club justo después de que una encuesta del diario Marca concluyera que el 92% de los aficionados madridistas deseaban su continuidad.Sus subordinados le consideran un hombre muy duro, pero es cierto que a lo largo del tiempo ha moderado muchos de sus impulsos. La convivencia se ha hecho más liviana con los éxitos porque Capello vive para ganar. Todos le radiografían como un hombre siempre directo: todo lo que tiene que decir lo dice a la cara. Su comportamiento le ha granjeado muchos conflictos pero también le ha permitido reforzar su amistad con algunos empleados del club sin importar su orden jerárquico. En su defecto, quienes le odian le respetan.
Los conflictos
Nadie ha estado a salvo de un conflicto con Capello. Lo tuvo Hierro, con quien ahora mantiene una excelente relación. Lo tuvo Roberto Carlos, convertido ahora en uno de sus máximos defensores. Y los ha tenido en mayor medida Seedorf, uno de los jugadores dispuestos a rebelarse contra su carácter; ahora Seedorf adora a Capello. No es el caso de Suker que decidió convivir pacíficamente con el ténico. Y tampoco el de Mijatovic. No les gusta Capello. La relación con Raúl es fría, a pesar de que Capello le elogia de puertas afuera.
"Son ustedes unos perdedores y yo siempre seré un ganador". Así se expresa Capello cuando se enfada con alguien: se pone frente a él en el vestuario y habla a gritos. No acepta la réplica. Crea una situación muy violenta, lleva su discurso al límite de lo tolerable. Los jugadores han terminado asimilando su carácter: le soportan porque reconocen que ha conseguido crear un equipo ganador. Y en el vestuario cuenta con su guardia pretoriana, la formada por IlIgner, Roberto Carlos, Panucci, Hierro, Redondo y Alkorta. Capello grita. Capello ofende. Pero Capello no sanciona ni castiga. Toda su agresividad la descarga en el cara a cara. No tiene doble vuelta por eso no encaja su personalidad con la de un presunto traidor: no es un hombre de sonrisa angelical y puñalada trapera.
Todo el conflicto descansa en su relación con el presidente. Capello viene de trabajar a las órdenes de Silvio Berlusconi, el hombre bajo cuya organización se ha educado. Capello acepta el reparto de tareas y la rígida jerarquización, pero empezó a no entender cómo funcionaba el Real Madrid el día en que Lorenzo Sanz, a mediados de agosto, le hizo un desplante por no alinear a su hijo en un amistoso. Lorenzo Sanz le negó la palabra, una humillación difícilmente soportable para él. La mediación de Pirri, en funciones de secretario técnico, resultó fundamental para solucionar este primer conflicto y otros posteriores.
La relación con el presidente no acaba de funcionar desde agosto. La luna de miel dura poco; sus primeras semanas en el club todo eran atenciones, detalles para agradarle. Pero el desplante de Sanz le dejó descolocado. Capello se integra perfectamente en la vida española: adquiere un chalé en Marbella, viaja a Toledo, al Escorial, Segovia, visita asiduamente museos y espectáculos, hace amistad con la familia del ganadero Victorino Martíri y vive momentos de gran euforia, todos ellos relacionados con aquellas victorias que le excitaban particularmente (las remontadas del equipo). En noviembre rechaza el cargo de seleccionador italiano, su máxima aspiración como entrenador.
Pero con Lorenzo Sanz siempre encuentra un pero: averigua que el presidente acepta escuchar las quejas de Suker y Mijatovic, que difunde su preocupación por el ambiente del vestuario. Para Capello ese solo hecho es una grave ofensa: en su escala de valores, el presidente nunca debe inmiscuirse en lo que sucede dentro del vestuario. Le llegan mensajes de que Sanz no se siente a gusto, que piensa que tres años con Capello pueden ser demasiados. Tampoco le agrada ver al presidente haciendo gestiones con periodistas a su lado. No está acostumbrado a trabajar para un dirigente cuyos pasos conoce la prensa puntualmente. Todo le llega a través de mensajes. Sus peticiones de jugadores se filtran a la prensa, como la prensa divulga que no quiere a Suker y Mijatovic y esa filtración le complica su trabajo innecesariamente. Pone algunas trampas para certificar que las filtraciones tardan poco en producirse.
Salen más informaciones sobre Suker (un falso enfrentamiento entre el jugador y el técnico en el vestuario). Sobre el interés por Morientes. Capello no entiende lo que está pasando y espera una llamada del presidente. No se produce. "Quieren que me vaya", llega a decir a alguno de sus colaboradores. Su orgullo le impide hacerlo de otra manera y suelta el órdago: acude al club y le dice al presidente que no está a gusto y que deberían replantear se su situación. Pero Capello es peraba otra cosa: un presidente conciliador que le confirmase su confianza, pero se encuentra con un Lorenzo Sanz frío y distante, que tarda escasos minutos en firmarle un documento que le permita marcharse el 30 de junio. Capello entiende que le muestran la puerta de salida y Lorenzo Sanz no modifica su posición en posteriores reuniones. Está dispuesto a firmar otro documento que resuelva definitivamente el contrato. Estas conversaciones salen a la luz y Capello no, puede evitar verse involucrado. No quiere mentir: sabe que es el presidente quien ha filtrado la noticia. No entiende que un asunto de esa naturaleza no se lleve con la máxima discreción. O sí lo entiende: realmente Lorenzo Sanz quiere que se vaya.
Todo es público
Desde ese momento, el 17 de febrero, Capello no consigue modificar la situación. Aún sigue pensando que puede haber una reconciliación si el presidente muestra sinceramente su deseo de que continúe. Trabaja en el diseño de la próxima temporada e interviene en una lista de descartes. Entre los descartados coloca al hijo del presidente. La lista se hace pública días después. Todo es público. La prensa le acosa a diario pidiéndole explicaciones. Su vida en el club se hace muy difícil: hay muchos empleados que le evitan. Sólo le queda Pirri como interlocutor.
Capello no es un político. Se mueve bien en el cuerpo a cuerpo. El Milan sabe que queda libre el 30 de junio y le hace una oferta. El Barcelona le tantea sin conseguir nada. Está en el mercado porque el Real Madrid ha querido, pero no puede consentir que duden de su profesionalidad. A la vuelta de un viaje a Milan se indigna ferozmente con las palabras del presidente. Le acusa de trabajar para otros y de tocar a jugadores del equipo para llevárselos al Milan. Quiere hablar con él y es nuevamente rechazado. Habla en la COPE y suelta el órdago final: "Me voy".
El presidente lanza la acusación más grave hacia su persona, la más dura que se ha hecho nunca contra un entrenador en el fútbol español, el mayor insulto que puede recibir un hombre que sólo vive para ganar: Lorenzo Sanz dijo que Capello amenazó con hacerlo mal para conseguir que le despidiera. La relación entre ambos alcanzaba su máxima violencia. Capello entiende que le quieren destruir profesionalmente, pero es demasiado orgulloso para rendirse. Y acepta un nuevo reto: quiere ganar la Liga a pesar de Lorenzo Sanz.
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