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Tribuna
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El arrepentido

El misterio más insondable de la vida de Francesc Cambó, hombre de negocios, fue su inmediato arrepentimiento. Al parecer, antes de 1939 ya estaba arrepentido de lo que había hecho en 1936. Es un misterio sobre el que vale la pena detenerse, porque su arrepentimiento es emblema de muchos otros. El señor Cambó, uno de los caballeros más refinados de su tiempo, contribuyó de manera principalísima al triunfo de Franco, sospecha documentada por el historiador Borja de Riquer en L'últim Cambó. Eso quiere decir que puso una gran parte de su fortuna al servicio de Franco y que intervino en la logística del alzamiento y la victoria. Es decir: no se limitó a escribir un soneto a la espada más limpia de Occidente, por ejemplo; ni diseñó el ceremonial de la entrada de Franco en Barcelona, pongamos; ni guerreó sin fruto con el mentón hundido en el barro de la trinchera. Todas esas circunstancias menudas acaso permitan arrepentirse a las pocas horas de la victoria, o incluso horas antes. Pero organizar una guerra civil desde la sala de máquinas, levantar una guerra civil a peso... ah, yo creo que eso exige ciertas demoras.Fascinado desde siempre por Cambó, no he llegado a desentrañar todavía cuál de las siguientes hipótesis explican su arrepentimiento. Una: si un hombre tan obstinadamente hecho a la derrota no pudo leer correctamente la única victoria política de su vida, la del glorioso alzamiento. O dos: el arrepentimiento no fue más que presunto, la lectura de una historiografía nacionalista, completamente indispuesta a la hora de entender que un nacionalista fuese franquista. O tres: en realidad, el arrepentimiento no fue más que la melancolía del frívolo jugador de ruleta que ve cómo a última hora la bolita, bien encaminada, resbala y lo abandona a su suerte. Espero con ansia que los actos del cincuentenario eleven a definitiva cualquiera de estas hipótesis.

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