Democracia digital
Con enorme alegría me enteré, por EL PAÍS del día 11, del innovador sistema utilizado por los padres de la patria para dilucidar la ardua cuestión de si aprueban o rechazan determinado proyecto de ley.El número de dedos solemnemente mostrado al hemiciclo por el portavoz o subportavoz del grupo parlamentario es lo que indica a los sesudos legisladores cuál debe ser el sentido de su voto. Ya era hora, me dije, de que en esta época dominada por las nuevas tecnologías se impusiera al fin la democracia digital.
El sistema es bueno, pero como toda novedad arrastra algunos vicios heredados del pasado. Para perfeccionarlo me atrevo a proponer al señor Trillo algunas modificaciones en el reglamento del Congreso. Deberían suprimirse como inútil y peligrosa pervivencia del parlamentarismo decimonónico los discursos, ya que sólo sirven para adormecer a sus señorías en los escaños. Tampoco me parece muy acertado que sean los, en general, poco agraciados representantes de los partidos los que alcen los dedos. Ya hemos visto cómo esto puede dar lugar a que los aletargados diputados cometan peligrosas equivocaciones. En su lugar, cada grupo podría confiar tan trascendental misión a un grupo de atractivos muchachos y muchachas que, tras ejecutar una breve danza, levantarían el número de dedos pertinente. Sobre evitar el tedio de nuestros ilustres próceres, las sesiones ganarían en vistosidad al. ser transmitidas por televisión. Estoy seguro de que con estas pequeñas reformas la democracia digital sería el asombro del mundo y nuestro país se incorporaría de manera irreversible a la posmodernidad. Pronto nos visitarían delegaciones de toda Europa, de Estados Unidos y de Japón, y los países recién salidos de sanguinarias dictaduras nos tomarían como modelo-
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