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Informar es jugarse la vida en Turquía

La muerte de un joven periodista turco en una comisaría ilustra los numerosos casos de tortura policial

ENVIADO ESPECIALMetin Gótkepe era un periodista anónimo, un aprendiz de 23 años. Trabajaba para un pequeño diario izquierdista de Estambul llamado Evrensel, con tan pocos lectores y ventas que ya no existe, asfixiado por el orden que el mercado va imponiendo, lenta pero implacablemente, en el caótico escenario de la prensa de Turquía.

Habría seguido siendo un desconocido de no haber tenido la mala fortuna de acudir al mediodía del 11 de enero de 1996 a cubrir la información de una manifestación en Estambul, convocada en protesta por la muerte, violenta por supuesto, de unos presos en una cárcel cercana. Al día siguiente saltó a la fama, a la triste, cuando de madrugada lo encontraban unos transéuntes en un parque de la ciudad. La autopsia determinó que el joven Metin estaba destrozado por dentro, con un sinfín de hemorragias internas en la cabeza y el cuerpo.

La primera versión oficial sobre su muerte fue realmente poco imaginativa. Según rezaba, Götkepe se había caído de un muro de apenas un metro de altura en el parque donde fue hallado. De inmediato surgieron testigos de cómo la policía había detenido al joven durante los violentos incidente! que se produjeron en la manifestación. La policía reconoció que así había sido, pero insistió en que había puesto en libertad al joven poco después.

Otros testigos desmontaron de inmediato la nueva versión. El reportero Götkepe fue visto aquella noche en los sótanos del pabellón de deportes Eyup, en el que la policía había concentrado a decenas de detenidos y golpeado a muchos de ellos.

Las sucesivas versiones oficiales sobre la muerte de Götkepe eran, por supuesto, mentira. Ni siquiera aspiraban a cierta verosimilitud. Eran poco más que un perezoso intento de mantener las formalidades. Porque la policía turca no se esfuerza ya por negar las torturas, ni en éste ni en ningún otro caso. Lo que pide, exige ahora, es el apoyo para seguir practicándolas.

En Afion, la policía recibió a amigos y familiares de la víctima con pancartas en las calles. "La policía es la defensa del Estado" y "la policía es la primera puerta de la justicia", rezaban. Y los que en discusiones en la calle defendían a la policía no decían que la policía no tortura, sino que lo hace por el bien de todos.

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Fue sin duda un error de uno, varios o todos los 48 policías encausados, el que Götkepe muriera a causa de las torturas. Se les fue la mano. En realidad, son muchos los activistas en la defensa de los derechos humanos en Turquía que se asombran de que no sean muchos más los que mueren bajo torturas ante la generalización de esta práctica. En-tre el 1 de enero de 1991 y el 12 de septiembre de 1995 han documentado 124 casos en los que, al igual que con Gótkepe, se les "fue la mano". Hay muchos otros casos de muertos irreconocibles o desaparecidos sin rastro en los que parece evidente que pasó algo similar.

Todos saben en Turquía Gobierno, oposición, jueces y fiscales, militares y policía y la sociedad entera- que en las comisarías se tortura. Y no a veces, por abusos de algún interrogador cruel o de policías cargados de odio y ganas de vengar a alguno de sus muchos compañeros que han muerto y siguen muriendo a manos de terroristas kurdos o de algún grupúsculo ultraizquierdista armado que aún quiere conquistar el paraíso mediante el crimen.

No. En las comisa rías turcas no se tortura a veces y por ira. Se tortura casi siempre y por sistema. A los de tenidos por delitos comunes y a los sometidos a las leyes especiales de la lucha antiterrorista y de seguridad del Estado.

Lo dicen el Comité contra la tortura de la ONU, el Consejo de Europa, la valiente Fundación por los Derechos Humanos de Turquía, miembros del Gobierno turco y las víctimas que se atreven a denunciarlo. Y cada vez más la prensa y las muchas televisiones privadas que llevan información hasta hogares en las zonas más remotas de Turquía en los que jamás se ha leído un periódico. Lo sabe ya todo el mundo. La sociedad turca sólo está dividida entre los que lo condenan por principio y los que lo aceptan, como mal menor en la lucha antiterrorista o como método perfectamente aceptable para este fin. La correlación de fuerzas está cambiando en los últimos tiempos en favor de los primeros, pese a toda la propaganda oficial. Se tortura, entre otras cosas, porque la mayoría de los policías no sabrían interrogar a un detenido sin infligir daño o terror a sufrirlo. Esto es sin duda grave para una nación que es aliada de los países democráticos occidentales en la OTAN y que aspira a lazos estrechos con todas las organizaciones europeas, incluido su ingreso en la Unión Europea. Pero podría considerarse un lamentable remanente de la larga historia de represión política, de la que dan fe los tres golpes de Estado habidos entre 1960 y nuestros días.

Sin embargo, son muchos los indicios de que la situación en las comisarías turcas se ha agravado en los últimos años. Y de que los oficiales comprometidos con la larga historia de represión policial exigen trabajos sucios a los jóvenes para asegurarse su solidaridad. 0 más bien su complicidad y su silencio. En los últimos años han aumentado los casos de desapariciones y de muertes no explicadas.

Guerrilla kurda

Especialmente en el sureste del país, la actividad terrorista de la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y la represión de la misma han hecho añicos todos los intentos de dotar de mayores garantías reales a los detenidos. La guerra contra los kurdos es una cuestión clave para el Gobierno, y su prolongación resulta absolutamente necesaria para aquellos que necesitan un núcleo del Estado que esté al margen de todas las leyes. Es así en el caso de la tortura, pero también en el del tráfico de heroína, que ha encontrado en aquella región un santuario tan ideal que se han instalado allí gran parte de los laboratorios existentes en otros países para la transformación de la materia prima del opiáceo.Bajo el estado de emergencia declarado en noviembre pasado por las autoridades turcas, en ocho provincias de la región, los detenidos podían estar hasta 30 días incomunicados. Después, y bajo presión internacional, se ha reducido el plazo a diez días. También así da tiempo a que desaparezcan las quemaduras provocadas por los electrodos en penes, vaginas o pechos, hematomas en las plantas de los pies y el cuerpo en general o desgarros anales por violaciones con porras y otros objetos. Como indica el doctor Sükran Akin, de la oficina de Estambul de la Fundación de Derechos Humanos de Turquía, la mayor parte de las torturas se producen en los primeros días de la incomunicación. Después hay tiempo para recuperarse. Normalmente sí. No lo hubo para Metin Götkepe.

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