'Perdigón' y no asustó a Higares

Saltó a la arena el que cerraba plaza y aquello impresionó. Era un toro con toda la barba. Se llamaba Perdigón, era cinqueño, pesaba 638 kilos, era enmorrillado y montado arriba. Con poder y fuerza, en la primera vara hizo volar por los aires, como sendas plumas, a montura y varilarguero. Este pasó a la enfermería y, en un segundo envite, su compañero Molina sujetó con valor y conocimiento al animal. José Antonio Carretero lo banderilleó con arrojo e Higares, que no se asustó ante Perdigón, intentó plantarle cara, pero el animal había cantando la gallina, refugiándose en la querencia de los toros mansos, en terrenos de chiqueros, y de allí no hubo quien lo sacara. Además, el astado no humillaba, se quedaba muy corto y pronto no hubo quien le diera un pase. Higares lo cazó a la tercera y, como había estado sin arrugarse delante de un pedazo de toro, hubo respeto y ovación para él.Ya en el tercero, el más claro del encierro, Higares estuvo muy bien. Entendió a su oponente y le dio la distancia oportuna. Lo había lanceado a la verónica con excelente estilo y luego, con la muleta, practicó un toreo macizo y valeroso, destacando en una excelente serie con la diestra, en la que obligó mucho la embestida. Con buen estilo consiguió un estoconazo arriba, pero luego precisó de seis descabellos, lo que hizo que se esfumase el bien ganado trofeo.

Rafael Camino permitió un tercio de varas vergonzoso en su primero, ante la pasividad de la autoridad. Luego anduvo más o menos cerca del animal, que se quedaba corto y derrotaba. Lo que hizo mejor Camino fue entrar a matar con buen estilo y conseguir una excelente estocada, que le valió una fuerte ovación. Gracias a la contumaz manía de hacer derrotar los toros contra los burladeros, tuvo la mala suerte de que su segundo se rompiera. el cuerno derecho por la cepa. Reglamento en mano, la presidencia no accedió a la devolución y, como suele suceder en estos casos, parecía que la res ofrecía posibilidades para el lucimiento. Sin embargo, con toda lógica, el público no permitió la faena y Camino, después de unas breves dobladas, liquidó al animal con un metisaca.

Manuel Caballero lanceó con buen aire a su primero, que empujó en la primera vara y llegó corto de arrancada a la muleta. La faena tuvo buen aire, con el diestro aseado y entregado, aunque se le viese más en plan de cortador de orejas que de torero profundo y reposado. Entregado en la suerte suprema, consiguió una estocada desprendida y fue obsequiado con una oreja de poco peso. El quinto, de Antonio Pérez, hizo patente su mansedumbre saliendo de estampida al sentir el hierro en la primera vara. Se le pudo picar bien y valerosamente sujetado por Diego Aparicio, al acudir el toro a su querencia. El animal llegó muy avisado a banderillas y a la muleta con peligro y midiendo al torero. Caballero lo intentó, sin descomponerse, pero allí no había nada que hacer. Aquello era un auténtico mulo y, por lo menos, el albacetense estuvo breve y eficaz con los aceros.