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Tribuna
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Animalillos

Rosa Montero

Se suicidaron en Jueves Santo, aun que no festejaban la solemnidad cristiana de la fecha, sino el hecho de que el cometa Hale-Bopp pasaba cerca y coincidía con sus delirios extraterrestres. Pero de todos modo la inmolación colectiva del Rancho Santa Fe resulta de lo más adecuado para Semana Santa: es el consabido ritual de muerte y renacimiento, sólo que pasado por la estética pueril de La guerra de las galaxias.Los fieles de la secta de San Diego eran programadores de ordenador y diseñaban páginas de Internet. Pero todos estos conocimiento técnicos y su aparente modernidad no les salvaron de la negrura interior, de esa oscuridad ancestral que proviene, poderosa e intacta de un mundo previo a la bombilla y la pólvora y la rueda. No hay más que rascar un poco la piel del cibernauta más sofisticado y enseguida aparece un ser humano atónito ante un mundo que, por mucho que avancen las tecnologías, sigue siendo demasiado grande para él. De esa agónica desproporción entre la menudencia que uno es y la enormidad de todo lo demás nacen los miedos, las religiones, la locura de querer subir se en marcha a una nave estelar.

Lo que fascina do los fieles de Puerta del Cielo, pues, no es su originalidad, sino, por el contrario, la continuidad que manifiestan, en su alucinación, con el resto de la humanidad alucinada. Su idea de cuerpo como cárcel de la que el alma escapa, por ejemplo, viene desde lo más remoto de nuestra memoria. Lo mismo que su entendimiento del sexo como algo desbaratador y peligroso: un rancio mensaje con cierto sabor a Semana Santa. Ni siquiera la castración que practicaban es novedosa: ya hicieron lo mismo, entre otros, los Skoptzy, unos místicos rusos del siglo XVII.

Por debajo del brillante barniz de la tecnología seguimos siendo el mismo animalillo amedrentado.

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