Apasionadamente humano
El Valencia golea al Atlético en un partido trepidante lleno de grandeza y errores
Una infrecuente fiebre de primavera se ha apropiado del fútbol español. Después del último Barça-Atlético parece que hay licencia para un tipo de partidos que se distinguen por su carácter emotivo, por el desprecio hacia el rigor táctico, por el coraje general, por el contagio que procuran en los aficionados y por un estrépito de goles, de oportunidades, de ruido, que oculta las numerosas deficiencias que se producen en el juego. Son partidos gloriosamente humanos, llenos de errores y grandeza, apasionantes para los aficionados y sospechosos para los entrenado res, que quieren tener el fútbol atado y bien atado. En el Manzanares se vivió un duelo de esta clase: arrebatado, apasionante y defectuoso. En la ventolera ganó el Valencia, pero el Atlético estuvo al borde de la proeza en la segunda parte. Con una voluntad admirable y con el consentimiento del Valencia, ametralló a Zubizarreta, que rescató el prestigio que perdió frente al Sevilla.En medio del alboroto, los datos. El Atlético ha recibido 14 goles en los últimos cuatro partidos (Sevilla, Betis, Barcelona y Valencia), un síntoma casi escandaloso de los problemas defensivos que padece esta temporada. Esta vez jugaron López y Solo zábal, que fracasaron de manera visible. El público se echó contra Solozábal e indultó a López. Fue un indulto caprichoso porque López participó en casi todas las averías defensivas de su equipo. Pero si la actuación de los centrales del Atlético fue decepcionante, enfrente sucedió lo mismo, especialmente con Cáceres.
En buena medida, el partido quedó condicionado por los errores de los centrales de los dos equipos. En la hora del aprovechamiento, el Valencia lo hizo mejor que el Atlético, que perdió dos ocasiones en el primer tiempo y varias en el segundo, cuándo atacó el área de Zubizarreta a golpe de tambor, entre el entusiasmo de los jugadores y del público. Pero antes, el Valencia había marcado tres goles, una cifra que primero pareció insuperable, que luego fue accesible a la vista de las numerosas oportunidades del Atlético y que finalmente sirvió para darle la victoria.
Mientras la ortodoxia presidió el partido, y eso ocurrió en el primer tiempo, el Valencia hizo valer su querencia a disponer de la pelota, a poner sordina al juego hasta que aparecía Ortega, que cambiaba el registro con su regate y su velocidad. La propuesta del Valencia resultó interesante: un equipo que quería el balón, que pretendía jugar de manera pulcra, que trabajaba el partido con paciencia y que finalmente se entregaba a la habilidad de Ortega en los últimos metros. Por elegante y por civilizada, la tesis del Valencia era espléndida. Pero la interpretación quedó demasiadas veces interrumpida por la escasa calidad de varios jugadores. Es un equipo menor que necesita una profunda reestructuración.
Con Aguilera y Caminero en el campo, el Atlético se lanzó a la aventura de remontar el 0-3 en el segundo tiempo. Lo hizo con un juego físico, frontal, lleno de coraje y vitalidad. Se trataba de poner el balón cerca del área y apretar al Valencia, que se descosió con el primer empujón. Durante media hora, el Atlético aplastó y pensó en la posibilidad de cambiar el papel de víctima por el de héroe. Ayudó el gol de Caminero.
Fueron momentos trepidantes, de fútbol roto, con el Atlético a toda máquina y el Valencia a punto de rendirse. Finalmente la tempestad perdió su carácter furioso y el Valencia pudo poner la casa en orden. Por fin consiguió encontrar el balón y a Ortega. Con eso y con la colaboración de la defensa del Atlético volvió a invertirse el partido, que terminó con tres llegadas del Valencia y con un gol perfectamente interpretado por Ortega y Leandro. Fue el gol que cerró un partido alborotado y trepidante, lleno de generosidad y defectos, uno de esos partidos apasionadamente humanos que han dado por estilarse en los últimos días.
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