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Globalización: mirar los antecedentes

¿Hasta qué punto está globalizada la economía mundial? ¿Qué efectos está teniendo esa globalización? ¿Qué conviene hacer?Si para tener una idea del grado de globalización de la economía consultamos los indicadores de comercio exterior y del movimiento internacional de capitales, las cifras revelan un par de cosas interesantes. La primera es que ambos indicadores han crecido fuertemente en los últimos tiempos; es decir, que la globalización aumenta. La segunda es que, de todas formas, en términos relativos a la producción mundial, el nivel actual de globalización no es mayor que el que se alcanzó a finales del siglo XIX y a principios del XX. Antes de la I Guerra Mundial, la inversión extranjera directa se calcula que fue del orden del 9% de la producción mundial, y en 1991 era del 8,5%.En cuanto al porcentaje del comercio exterior sobre el producto nacional, en Alemania, Francia y el Reino Unido se encontraba en 1994 a niveles similares a los que tuvo en esos mismos países en 1913; en Japón era notablemente más bajo que en aquella época, y en Estados Unidos, más alto.

Estas consideraciones no permiten decir si el grado de globalización es alto o bajo, pero apunta algo más interesante. Indican que cuando en épocas anteriores el mundo alcanzó un nivel de globalización de la economía semejante al que hoy tiene, a continuación se abrió una etapa de avance del proteccionismo y del control de los movimientos de capitales. Esta etapa duró unos treinta y cinco años, hasta 1945, e incluyó dos guerras mundiales. A la vista de esto, uno puede preguntarse si, también en nuestros días, al momento alto de globalización que vivimos le puede su: ceder un periodo de signo contrario (acompañado o no de guerra).

Antes de contestar conviene mirar los efectos que a finales del siglo XX está teniendo la globalización de la economía. En este sentido, cabe destacar dos cosas. La primera es que algo muy importante que venía ocurriendo en los países más desarrollados hoy se ve cuestionado con frecuencia. En los primeros decenios de la segunda mitad de este siglo, en los países más ricos del mundo, el crecimiento se vio acompañado de una reducción de las desigualdades como consecuencia de la creación de mejores empleos y de más oportunidades de progreso para los trabajadores. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, hay motivos para dudar de que esta tendencia continúe operando. En Estados Unidos, las rentas de los traba adores se mantienen estancadas desde los primeros años ochenta y aumenta la desigualdad y la pobreza. En la Unión Europea, los salarios promedio han crecido un poco, pero ha crecido mucho más el número de parados.

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No hay base firme para atribuir estos hechos al aumento del comercio exterior o al movimiento internacional de capitales. De hecho, en los países desarrollados, cada vez hay más puestos de trabajo, vinculados a las exportaciones, y las empresas multinacionales continúan manteniendo la mayor parte del empleo en sus países de origen. Desigualdad y paro pueden deberse, en parte, a los cambios tecnológicos, y si es así, resultarán transitorios, pues el aumento de la productividad derivado de la utilización de nuevas tecnologías terminará por traducirse también en aumento de la producción y del empleo, aunque sea un empleo en actividades diferentes.

Una y otra vez en la historia ha ocurrido esto, y no hay razón para pensar que no termine ocurriendo también esta vez. Pero, mientras ocurre, van incubándose resistencias a la innovación tecnológica, actitudes proteccionistas y tendencias a limitar los movimientos de capitales. Hay otra alteración de una pauta histórica que también suele asociarse con el aumento del grado de globalización de la economía. Esta segunda alteración no se. manifiesta dentro de las naciones desarrolladas, sino en la relación de éstas con las que están en vías de desarrollo.

En las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, las naciones industrializadas experimentaron un crecimiento más fuerte y sostenido que el de la mayoría de las no industrializadas, de tal forma que las distancias entre países ricos y pobres crecieron mucho. Eso mismo continúa pasando hoy entre los más ricos y los más pobres; digamos, por ejemplo, entre los países comunitarios y los subsaharianos.

Pero, en las dos últimas décadas, un conjunto de países en los que vive una gran parte de la humanidad ha experimentado un alto crecimiento sostenido que les ha permitido recortar mucho la distancia que les separa de los países desarrollados. Las diferencias crecientes y obscenas entre la quinta parte más rica y la quinta parte más pobre de la humanidad ocultan a veces la buena noticia de que buena parte de los tres quintos restantes han progresado mucho. Esto significa que se ha producido una gran reducción de desigualdades a nivel mundial, cuyos beneficiarios son, sobre todo, los pueblos de Asia Oriental, incluida China. Este fenómeno está más claramente vinculado a la globalización, ya que en todos los casos el avance de esas naciones ha conllevado una fuerte actividad exportadora.

Si se contemplan ambos fenómenos en conjunto, es fácil darse cuenta de que cuestionan algunos de los esquemas ideológicos más arraigados en la derecha y en la izquierda tradicionales. El crecimiento de las economías desarrolladas ya no parece dar lugar de manera casi espontánea a una reducción de las desigualdades dentro de los países más ricos -idea clave del liberalismo económico- si no se hace nada; más bien parece ocurrir lo contrario. Sin embargo, el aumento del comercio mundial sí parece estar reduciendo distancias económicas entre las naciones más ricas y un grupo de naciones hasta hace poco pobres donde vive una buena parte de la humanidad -lo que contradice la identificación del capitalismo con un imperialismo rapaz- Que estas cosas están pasando se puede constatar, pero, aunque haya hechos claros, su interpretación no lo está tanto, y las ideas tradicionales se resisten a ceder terreno.

Si prevalecen las viejas ideas, se repetirá la historia. Es decir, se volverán a levantar barreras comerciales, a cortar los movimientos de capitales y un etcétera que, como en el pasado, puede llegar a incluir guerras. Ante esta posibilidad, hay que recordar que, tras los 35 años de desglobalización que mediaron entre 1910 y 1945, el mundo empezó de nuevo a globalizarse lentamente. El consejo de la historia parece ser

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que, si se quiere evitar un camino, que tras un peligroso desvío conduce a volver a empezar, habrá que encontrar una manera distinta de abordar los problemas que la globalización suscita.

Algunos se inclinan no por dar marcha atrás, pero sí por no globalizar más. Sostienen que la globalización no es un proceso inevitable, lo cual probablemente es cierto, pero eso no quiere decir que sea fácil de controlar. La globalización de la economía está alimentada por el desarrollo de las tecnologías de la información, por la apertura de nuevos mercados donde los salarios son bajos y los consumidores se cuentan por cientos de millones, por la aparición de nuevos centros de poder en Asia y por otras cosas que escapan a cualquier control nacional. Pero además la globalización, aunque encierra peligros, tiene abundantes efectos beneficiosos. Ante todo, significa mayor producción de riqueza y no obliga a que esta riqueza se distribuya de manera desigual. La desigualdad no tiene que aumentar necesariamente mirar cuando un país avanzado innova su industria y se abre al comercio internacional. España hizo ambas cosas a gran escala durante los ochenta y al tiempo desarrolló el Estado de bienestar y redujo (lentamente) las desigualdades sociales y territoriales.

De aquí quejo más sensato no sea tratar de evitar la globalización, sino dedicarse a aprovechar sus efectos positivos y a neutralizar los negativos. Considerada esta perspectiva desde el punto de vista de los países avanzados, el problema consiste en utilizar parte de los beneficios que obtienen las actividades económicas y los sectores sociales favorecidos por la globalización para ayudar a aquellos otros sectores sociales que se ven perjudicados por ella y capacitarles para que eso deje de ocurrir. Si la opción por el progreso económico cuenta con ventaja racional y moral sobre otras es porque hace posible usar las mejoras globales para compensar a los sectores perjudicados y lograr así no sólo que el conjunto mejore, sino además que ninguna parte empeore. Esta es una posibilidad que no se hace realidad espontáneamente, ni mucho menos, sino a la que hay que abrir camino con medidas no fáciles de concebir ni de aplicar, y que, a tenor de lo que sabemos con cierta garantía, se sitúan en el terreno de la educación, de la. formación profesional y del apoyo a los ciudadanos con rentas más bajas. En conclusión, ante la globalización, las sociedades avanzadas deben reaccionar fortaleciendo su cohesión social. Deben actuar para evitar que la globalización las fracture internamente, porque eso terminaría también enfrentándolas entre sí y con los países menos desarrollados.

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático

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