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La moda Napoleón

El pasado mes de enero, durante la presentación de colecciones de alta costura para la próxima temporada, tuvo lugar lo que los cronistas especializados denominaron la rentrée en force de la moda francesa en los selectos y belicosos círculos tradicionalmente dominados por ella, influencia y dominio que Francia, al parecer, había perdido en beneficio de sus más tenaces enemigos italianos, sin que se conocieran, en esa urgencia informativa que resulta imprescindible a la última moda, cuáles eran los flecos y dobladillos que habían quedado sueltos en una batalla finalmente decidida en favor de París. Nada tienen que ver, sin duda, las polémicas de la alta costura con las peleas de gallos. Sin embargo, el autor considera que tan feroz debe resultar ese ambiente como el de las galleras, y llega a descubrir en sus principales líderes, Gianni Versace, John Galliano, Alexander McQueen, J. P. Gaultier y el resto de la banda, un no sé qué ornitológico, una mirada avícola, un parentesco de aves de corral, unas mangas remangadas que exhiben espolones, y en general esa tenacidad entre histérica y malvada que se observa en los gallos. Por otro lado, dicen que el infierno resulta más horrible contemplado a través de un tragaluz. Es posible que el mundo de la alta costura muestre su carácter más luciferino observado desde la claraboya de la televisión. ¿Por qué los invitados a un desfile de moda parecen haber sido eternamente condenados a ese extraño castigo, apiñados a ambos lados de la pasarela, en vez de ser libres y mortales en el tiempo? Sólo los grupos compactos de boat-people resultan más patéticos. La miseria moral de las pasarelas de moda sólo puede ilustrarse con un cuadro: el naufragio de La Méduse, de Géricault. Aferrados a la pasarela, los desfiles de alta costura son el boat-people de la jet.Una de las consecuencias más insospechadas de las campañas napoleónicas tuvo que ver con la percepción de los colores, e indirectamente con el mundo de la moda. Un día nublado de junio de 1800 tuvo lugar la batalla de Marengo, que abrió a Bonaparte el camino del norte de Italia, hasta entonces ocupado por el Ejército austriaco. El sol que brilló en Austerlitz se extinguió en Santa Helena, pero aún conservamos de aquel cielo nublado del Piamonte el recuerdo de un color gris oscuro, suave, no plomizo, que llamamos gris marengo en homenaje involuntario a la jornada victoriosa del emperador francés. Doce años más tarde, el 14 de septiembre de 1812, en plena sístole imperial, el Ejércitó napoleónico lIegaba a las puertas de Moscú. Cuentan las crónicas contemporáneas que los soldados, y el emperador en persona, admiraron atónitos las deslumbrantes cúpulas de esmalte y oro de una ciudad que apareció ante sus ojos como un espejismo, como apareció Tenochtitlán a los ojos de Hernán Cortés. Moscú había sido evacuado. Unos pocos hombres, convictos liberados de las prisiones, abrieron fuego contra la caballería avanzada de Murat. Pocas horas después, aquel mismo día, cuando las primeras unidades de infantería ocupaban ya los arrabales, la ciudad empezó a, arder. Siluetas de hombres barbudos, envueltos en pieles, saltaban entre las sombras con una tea en la mano. El fuego duró una semana. Hace ya mucho tiempo que murieron los buitres que se comieron a los cadáveres franceses durante la retirada de Rusia, pero en el caprichoso mundo de los colores perduró un matiz pardo, ocre tostado con finísimas veladuras de carbonilla, que se denominaba, quizá con inconfesable melancolía, humo de Moscú.

Poco tiene que ver la moda actual con las campañas napoleónicas. Se han detectado influencias tahitianas, cordobesas, del Alto Volga, del bajo Níger, del desierto de Nubia (curso medio del Nilo), bantúes, zulúes, masáis. Como puede apreciarse, África figuraba este año en varias colecciones; del mismo modo que se hallaba presente en los medios de comunicación por razones catastróficas, sin que pueda establecerse relación de causa a efecto más allá de cierto escándalo difuso entre la miseria de todo un continente al que las organizaciones caritativas visten de pordiosero con la indumentaria sobre Europa y el extravagante lujo de los desfiles de moda que busca en los atavismos de aquel mismo continente su fuente de inspiración. Hubo también atrevidos diseños que apostaban decididamente por la recuperación de la moda tardobizantina, injustamente olvidada. Se presentaron estratosféricos delirios de alta costura para tripulaciones de nave espacial. Hubo un desfile de calzoncillos para mutaciones genitales y para asustar a los perros. Pero de Napoleón, ni el sombrero. Se volverá al estilo de los años cincuenta después de Cristo. Cualquier modista enajenado pondrá de moda la camisa de fuerza. Pero, parece haberse borrado para siempre del recuerdo el estilo Napoleón. A Napoleón le persigue la reputación de haber sido un devorador de hombres en sus guerras. Bien es cierto, sin embargo, que el siglo del automóvil sacrifica hecatombes anuales al motor de explosión y nadie duda del genio manufacturero de Henry Ford.

Pero quiero volver al mundo de la moda, ciego en general a lo histórico. Paradójicamente, no hay nada que revele mayor impotencia creadora que las extravagancias de un creador de alta costura. Indefectiblemente, sin excepción alguna, sus obras más atrevidas no pasan de ser fantasías de sastre y dejan un cansado regusto de déjà-vu. Si el mundo de la moda tuviera un ápice de genio no acudiría a robar su estilo a tahitianos y negros a cambio de ropa usada. El lector disculpará que aquí se combine cosa tan enjundiosa como la alta política, con algo tan insignificante como la alta costura. Pero si realmente la alta costura fuera imaginativa, la hegemonía recién recuperada de la moda francesa exigiría el lanzamiento de un estilo que sugiero se llame, sin temor al ridículo, neonapoleónico. En él se combinarían el gris marengo, el blanco de España, el azul de Prusia y el humo de Moscú. Los modistas de las distintas casas decidirán de cortes y tejidos. El pase de modelos, en el cuartel general de la OTAN. Entre otros náufragos de prestigio, acudirán Soraya y Edith Cresson.

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Manuel de Lope es escritor.

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