Soñar aún me está prohibido
Ahora que todo ha concluido me resulta fácil, recopilar los hechos y llegar a conclusiones. Mi debate sigue siendo el mismo que se produjo cuando, sentado en mi silla en la pista central de Cala Ratjada, disfrutaba de aquellos momentos inolvidables en los que Carles Moyà y Albert Costa aseguraron nuestro pase a los cuartos de final de la Copa Davis. Es cierto que mi cabeza voló hacia atrás y hacia adelante: imaginé qué sensaciones debía de tener mi ex capitán Jaume Bartrolí cuando yo jugaba, en aquellos años en que España alcanzó el Challenge Round (la final); y sentí que teníamos un gran equipo capaz de todo. Pero no quiero que estas sensaciones se apoderen de mí. Me niego a que los sueños sobrepasen la realidad actual. Y ésta me dice que estamos en cuartos de final, que hemos evitado el descenso y que debemos viajar a Italia. Soñar aún me está prohibido.Ese es mi debate actual y lo fue también en Cala Ratjada. Sin embargo, estas reflexiones no me quitan de la cabeza la agradable sensación de haber vivido unos momentos mágicos, de una química muy especial, que me recordaron mis me ores años como jugador. La convivencia en el seno del equipo fue impresionante toda la semana. Pero fue el domingo cuando todas las vivencias alcanzaron su máximo esplendor.
Estábamos ganando por 2-1 la eliminatoria frente a Alemania. Nos quedaba un punto y notamos que, tras perder el doble, había un cierto desasosiego que afectó al público y a todo el entorno del equipo. Pero en cuanto me levanté el domingo y hablé con Moyà por la mañana ya tuve la absoluta seguridad de que iba a ganar su partido. Estaba ante un jugador que en ningún momento producía energía negativa. Todo era positivo.
Cuando ganó y salté de la silla para ir a abrazarle, noté con toda su fuerza esa química especial que existe entre los jugadores y yo, a pesar de la diferencia de edad. Todos juntos teníamos la sensación de haber realizado algo importante. Algo que habíamos empezado en Tarragona el año pasado al lograr el ascenso y que suponía el comienzo del camino correcto para hacer grandes cosas en la Copa Davis.
Cuando todo terminó, Albert Costa, Carles Costa y _Álex Corretja se reunieron con Moyà en su habitación. Cuando llegué me sentí gratificado al comprobar el excelente. ambiente de compañerismo que se estaba produciendo: los cuatro lo celebraban con sinceridad, y Costa y Moyà daban todo su apoyo a los jugadores que habían perdido el punto de los dobles. Los cuatro quedaron en celebrarlo en Barcelona y me invitaron.
Tras una semana concentrado, tenía ganas de ver a mi esposa y a mis hijos en Madrid. Pero no lo dudé ni un momento. Me quedé en Barcelona y cenamos juntos en un restaurante de la zona alta. Allí nos encontramos con varios jugadores del Espanyol. Fui el único que les felicitó, porque soy del Real Madrid [el Espanyol acababa de ganar al Barça por 2-0]. Hablamos de las cosas que ocurrieron durante la semana y sentíamos que comenzaba una nueva historia.
Me dormí tarde. Y al día siguiente, en el aeropuerto, descubrí. la repercusión de lo que habíamos hecho. Mucha gente, que incluso no veía tenis habitualmente, se me acercaba y me preguntaba cosas sobre el equipo, Moyà, Costa, Álex. Descubrí que España había estado siguiendo con pasión lo ocurrido en Cala Ratjada. Sin embargo, todo aquello me llevó a recuperar el tono de mis reflexiones: para mí aún es pronto, no veo que éste vaya a ser el año de la gran explosión en la Copa Davis. Soñar aún no me está permitido.
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