Ante el tercer milenio
Tenemos que ir preparándonos con tiempo ante este acontecimiento, que puede ser el momento de reflexión sobre lo que hemos hecho en nuestro mundo desde todos los aspectos del mismo, sean políticos, económicos, sociales, civiles o religiosos.Lo religioso es sólo uno de ellos; pero está latente en la preocupación de mucha gente, acepte o no a las Iglesias y espiritualidades tradicionales. Una cierta inquietud espiritual de fondo, bajo uno u otro prisma, descubren los estudios que sobre el ser humano hacen los psicólogos, antropólogos y sociólogos independientes. Freud, que no es sospechoso, afirmaba en su Moisés y el monoteísmo que "todo lo que se relaciona con la institución de una religión está marcado por un carácter grandioso, que todas nuestras explicaciones no bastan a esclarecer".
Por eso los creyentes tenemos que ser más valientes y aceptar la crítica de lo religioso real, de lo que existe en la vida corriente de los que sustentan una convicción o unas costumbres religiosas, estén donde estén. No hay que callar nunca la realidad y vivir en perpetuo engaño. Tenemos que hacer lo que pedía el Papa actual, que nos desconcierta a veces y otras nos hace rebelamos contra ciertas posturas suyas. Sin embargo, preparando el milenio, pide que "la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos, [dando] verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. [ ... ] Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad. [ ... ] Y los cristianos interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo". Recordemos, por ejemplo, el papel nefasto y cruel de muchos sacerdotes católicos ruandeses en el cruento e inhumano genocidio allí ocurrido. O los enfrentamientos religiosos en Yugoslavia no sólo ahora, sino en tiempos de la guerra mundial. Y nada digamos de lo ocurrido en la larga historia de los 20 siglos de cristianismo.
El teólogo González Faus sigue el consejo del Papa en su libro La autoridad de la verdad; y más modestamente, el párroco catalán Rovira Tenas también lo hace con su pequeño libro Una Iglesia preocupante. Dos obras para leer y meditar creyentes y no creyentes, con el fin de que la religión no sirva para realizar en el futuro lo que allí sale a relucir. Es lo que ya León XIII favoreció, abriendo los archivos del Vaticano, y lo justificó diciendo: "No tememos que de ahí salga la luz".
Sin embargo, su historia es ambigua: es una lucha entre la dignidad del cristianismo y la indignidad de los cristianos altos, bajos y medianos. Papas, obispos, clérigos, religiosos y seglares no se libran de un juicio severo al mirar la historia con ojos imparciales. Nosotros, los creyentes españoles, debíamos haber tenido la valentía de reconocerlo más, como hicieron nuestros pensadores clásicos y nuestros autores espirituales del Siglo de Oro. Son las palabras del gran teólogo Melchor Cano diciendo a Felipe II que se las mantuviera tiesas ante los desafueros de los Papas de entonces; o el mentor de santa Teresa, fray Francisco de Osuna, criticando en su Tercer abecedario espiritual a "muchos obispos" que merecían el nombre de "obispotes" por valerse del crucifijo para su ventaja. Y el predicador del rey, Alonso de Cabrera, asegurando en sus sermones que los prelados ni dan limosna ni ayunan, dejándolo eso para "una monja, un pobre fraile o una viuda". Y advierte que, ante el lecho de muerte de un rico, se encontrará uno a un fraile o un clérigo, ¿para qué?: para conseguir algo sustancioso del enfermo para "interés" del que le atiende. Y el arzobispo de Valencia, santo Tomás de Villanueva, reconocía en sus sermones que "por haber los prelados abandonado el cuidado del pueblo tuvo entrada Lutero".
Pero ¿ha sido todo así? Si somos imparciales tendremos que reconocer también los valores del cristianismo, a pesar de sus dirigentes y seguidores. Es lo que reconocieron los primeros fundadores del marxismo, a pesar de que criticaron con razón que sociológicamente, en aquella Alemania e Inglaterra burgueso-cristiana, se había hecho de la religión un "opio del pueblo", como señalaba Marx, o un "opio para el pueblo", como matizaba Lenin, suministrándoles ese lenitivo de modo engañoso para la egoísta ventaja de los explotadores. Sin embargo, no opinaron así del cristianismo, pues Engels sostenía que "el cristianismo es una fase completamente nueva de la evolución religiosa, estando llamado a convertirse en uno de los elementos más revolucionarios de la historia del espíritu humano y sus reivindicaciones de una vida digna del hombre". Y añade que "el cristianismo, [ ... ] al dirigirse a todos los pueblos sin distinción, se convierte en una religión mundial posible" (B. Bauer y el cristianismo primitivo, 1882). Y Lenin habló del "espíritu revolucionario democrático del cristianismo primitivo", o Marx del "fondo humano del cristianismo". Más tarde han sido muy variados pensadores, que no eran cristianos, reconocedores del gran hallazgo que hizo el cristianismo de la subjetividad, la interioridad y la conciencia personal, según señalan a una Hegel y Fustel de Coulanges en el siglo pasado, o el marxista maoísta G. Mury, y nuestro Ortega y Gasset, en esta centuria nuestra.
Lo bueno y lo malo se han mezclado de modo confuso en la historia cristiana, desde la opresión, la persecución y la coacción a la defensa de la libertad de los primeros escritores cristianos, o del obispo Langton promotor de la Carta Magna del comienzo de las libertades inglesas; o de Ramón Llull contra las cruzadas, o contra la violencia guerrera para ir a la tierra de los moros; o nuestro Domingo de Soto defendiendo la predicación del Evangelio en la América recién descubierta, pero sin poder exigir que los indios la oyeran si no querían. Y el papa Pablo III exigiendo para los indios de América la libertad religiosa, el derecho de propiedad y el de gobernarse a sí mismos, y no ser sometidos a servidumbre, como se hizo. Y la primacía de la conciencia desde Tertuliano, porque decía: "Es de derecho humano y natural que cada uno pueda adorar lo que quiera" (Ad Scapulam). Siguiendo por el cardenal Boncompagni, luego nombrado papa Gregorio XIII, que le decía a Felipe II: "Si el Papa me mandase algo contrario a mi conciencia no le obedecería".
La dignidad del cristianismo y la indignidad de los cristianos: ésa es la historia auténtica
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