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Reportaje:

De moros y cruzadas gloriosas

La historia de España se muestra en 20.000 piezas de interés histórico y exaltación patriótica

, Eso es lo que se llama una entrada triunfal. Nada más acceder al recibidor del Museo del Ejército ha de enfrentarse el visitante con una esbelta escalinata flanqueda por docenas de lantacas "tomadas a los piratas moros". Se trata sólo de una primera y aún liviana inyección de orgullo patrio, de las muchas dosis que se suministran a lo largo de tres abigarradas plantas -la superior, ahora mismo en restauración- y un sótano consagrado a las miniaturas. Hay expuestas cerca de 20.000 piezas, entre cañones, banderas, bicornios, estandartes, cintos, fusiles, trabucos, carabinas, escopetas de retrocarga y demás parafernalia militar, para deleite del curioso y tormento de quien anhele un mínimo de equidad. Porque la historia, ya se sabe no siempre la escriben todas las partes implicadas.Data lo que hoy es el museo de 1630, año en que el todopoderoso conde-duque de Olivares lo mandó construir, para mayor regocijo de Felipe IV, como Salón de los 24 Reinos de las Españas. El pintor de la corte, Diego Velázquez de Silva, fue el encargado de decorar la estancia principal con una docena de retratos ecuestres y algunas escenas bíblicas, entre ellas La rendición de Breda. Zurbarán aportó, para deleite de las privilegiadas retinas regias, hasta 10 escenas de la vida de Hércules. Desde entonces el lugar ha sido escenario de trascendentales sesiones de cortes y hast4 de la derogación de la Ley Sálica, aquella que le impedía el acceso al trono a la buena de Isabel II.

"Esto se llama Museo del Ejército, pero en realidad debería calificarse como museo de la historia de España", argumenta, a la luz de estos datos y con indisimulado orgullo, el coronel Zato. Y añade este portavoz de la galería: "Como los militares no siempre resultamos populares, hay quien se echa para atrás y no nos visita, pero con otra denominación más apropiada ganaríamos mucho". A decir verdad, la historia que se cuenta resulta -digámoslo así- un tanto fragmentaria, y en cuanto a los cuadros, han perdido algunos enteros desde aquellos siglos de gloria. Se intuye cuando, en la Saleta de la Reina, recibe al visitante el tétrico Patria Y fe, de un tal Fuentes: dos soldados yacen en él junto- a una cruz mientras un grupo de buitres se apresta a poner manos a la obra.

Éstos son algunos de los principales poderes del Museo del Ejército:

Gallardos e intrépidos. Lo que más abundan en las vitrinas del Museo del Ejército son los héroes. Pero héroes de los de antaño, de los de verdad. Qué decir de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que para eso doblegó a moriscos y franceses. 0 de el Cid Campeador, cuya célebre espada Tizona se expone como una de las mayores joyas de la muestra. Hay bustos de generales decimonónicos de grandes mostachos, numerosos maniquíes -unos, de aspecto gallardo; otros, más bien alelados- con ceñidos uniformes de época, y un "pergamino miniado" dedicado al comandante Ramón Franco por su "bravura, aplicación e intrepidez" en la excursión aérea desde Palos de Moguer hasta Buenos Aires (sobre su misteriosa desaparición en aguas de Mallorca, en 1938, no se incluye, en cambio, referencia alguna). Por haber, hay hasta un sentido homenaje a los siete diplomáticos que votaron en la ONU, allá por 1946, en defensa de España. Esos sí que le echaron valor.

La cruzada de liberación. O sea, la guerra civil. Sus vestigios ocupan una mediana sala flanqueada, en un extremo, por dos lienzos del Caudillo en mayestática pose, y en el opuesto, por la gigantesca pintura Fusilamientos de Paracuellos del Jarama, en la que unos bolcheviques malencarados pasan por las armas a una multitudinaria riada de patriotas de pecho enhiesto. Por medio, maquetas de los lugares más emblemáticos de la contienda: el santuario jiennense de Santa María de la Cabeza, bombardeado por los malos, y el Alcázar de Toledo, defendido por el heroico general Moscardó.

"Error es, a mi entender, poner la voluntad antes que el servicio de la patria", proclama "el invicto general Mola" desde un extremo. Una serie fotográfica muestra en el lateral los puentes construidos durante la cruzada, en los que los zapadores nacionales se dejaron la piel mientras los republicanos contaban con "material extranjero". Pero, para reliquia, el plato y la cuchara que utilizó el requeté Molla, "prisionero y martirizado en Peñaflor, y al que, actualmente se le sigue proceso de beatificación".

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¿Y los Borbones? También, también están. Doña Sofía y don Juan Carlos aparecen en sendos bustos de escayola, muy discretos, junto a uno del príncipe Felipe de niño.

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