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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Falsas ilusiones

Acabo de leer el artículo del profesor Edward Said (EL PAÍS, 25 de enero de 1997), palestino como yo, desengañado, impotente, dolido y furioso como yo. Es frustrante ver cómo se oprime a un pueblo, cómo se humilla, cómo se le alimenta de falsas ilusiones, de falsas promesas. Es frustrante ver cómo cada día el informativo nos habla del proceso de paz, de Netanyahu con sus concesiones, estrechando la mano de Arafat y conociendo la rabia contenida de los palestinos padeciendo en Nablús, Jerusalén, Rarnala...Hace años estuve allí, con mi pasaporte español, y con una conciencia de niña de ocho años que no me permitía ver más allá de la mano de mi padre, que paseaba por sus calles orgulloso, pero con un temor que yo era capaz de percibir. No entendía por qué esos hombres llevaban pistolas, ni por qué registraban nuestro coche, ni por qué cacheaban a mis padres. Notaba la tensión, notaba una hostilidad impropia de mi edad cuando se acercaban aquellos "señores" uniformados y le hacían mil preguntas a mi padre. Aquella niña de ocho años no entendía nada. ¿Por qué nos registran? ¿Por qué tantas preguntas? Nosotros no habíamos hecho nada malo. Mi madre me decía que me callase, que no hablase, que estuviera tranquila que no pasaba nada. Pero yo sabía que sí pasaba.

Empezaba a comprender por qué mi padre subía el volumen del televisor cuando hablaban de los palestinos, por qué estaba siempre tan preocupado por sus padres y hermanos, por qué tenían sus ojos ese brillo tan dolorosamente profundo. Comencé a comprender muchas cosas y empecé a preguntarme muchas otras: mi padre era un buen médico aquí. ¿Por qué no le dejaban serlo allí? Aquí, la gente iba a la Universidad. ¿Por qué mi tío tuvo que dejarla? ¿Por qué lloraba constantemente mi abuela? ¿Por qué era todo tan distinto y todos tenían tanto miedo?

Hoy, 13 años después, sigo preguntándome las mismas cosas, pero ya tengo respuestas. Ya sé el porqué de la mirada de mi padre, ya que ahora es igual a la mía; ya sé el porqué de la rabia, de la frustración.

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Ambos, palestinos e israelíes, deberían mirarse a los ojos y ver que no son tan distintos, que tienen en común años de humillaciones, de vejaciones, de fanatismo, años sangrientos y espeluznantes. Pero cabría preguntarse una última cuestión: ¿por qué un pueblo que ha sido oprimido y humillado, mutilado y despojado de todo cuanto tenía, no ha sido capaz de aprender de su propia experiencia?- . Estudiante (20 años).

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