El baile de las vaquillas
Colmenar Viejo celebró la fiesta ganadera más tradicional del municipio
,Dicen los cronistas que ya en la antigüedad los jóvenes romanos, disfrazados con pieles de animales y cuernos, corrían detrás de las mujeres en un intento simbólico de reanimar la fertilidad tras el periodo de aletargamiento invernal. Éste parece ser el origen más remoto de la fiesta de la Vaquilla, un evento popular que se celebra en Colmenar Viejo (28.000 habitantes) cada 2 de febrero para simbolizar, más que el despertar de los instintos básicos, la tradición ganadera de la localidad.
Ayer, la fiesta comenzó a las cuatro de la tarde. A esa hora, 22 cuadrillas de vaquilleros -con un mayoral y un taleguero a la cabeza de cada una de ellas- comenzaron a rondar las calles del municipio. Su misión: hacer correr su respectiva vaquilla, un armazón de madera con varillas a modo de costillas, de donde cuelgan vistosos pañuelos de seda, varios mantones de Manila, flores de papel intercaladas con rosquillas, con unos cuernos en la parte frontal y una cola de toro en los traseros.
La tradición impone que durante casi una hora los vaquilleros corran su animal por todo el pueblo simulando escenas de la vida ganadera en el campo. Si la vaquilla intenta escaparse, los vaquilleros la rodean chasqueando las hondas que lleva cada uno para devolverla al redil que forma el grupo en torno a ella.
A las cinco de la tarde, todas las vaquillas desembocaron en la plaza del pueblo. Allí se desarrolló, como manda el ritual, el plato fuerte de la fiesta: el baile de las vaquillas.
Por turnos, cada cuadrilla rodeó a su vaquilla y la hizo bailar al son de sus hondas, incitándola para que girase y arremetiese contra los vaquilleros. En apenas tres minutos, cada grupo compitió para demostrar la destreza de su animal, portado por el vaquillero más hábil del conjunto. Ninguna perdió, porque todas se llevaron 25.000 pesetas y un trofeo y el orgullo de haber participado en una de las fiestas más emblemáticas del municipio.
"Para un colmenareño es un honor participar en esta fiesta, porque es continuar con una tradición de toda la vida", dice Gustavo Presor, un vecino treintañero que cumplió ayer un cuarto de siglo como vaquillero.
Una vez bailadas todas las vaquillas, cada una volvió al local de donde partió y, como mandan los cánones, a las puertas de cada uno se cumplió el fin de la fiesta: la muerte simbólica del animal de tres disparos de escopeta. Los vaquilleros, la familia, los amigos y los curiosos hicieron el resto; es decir, beberse la sangre del animal, que no era otra cosa que litros de sangría a raudales.
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