El cómodo y subalterno papel de los futbolistas

Los jugadores del Celta pasaron por Chamartín sin que ninguno de ellos dejara huella de futbolista. En estos tiempos indulgentes para los protagonistas del juego, la gente del Celta pudo encontrar un ramillete de excusas para justificar su absentismo: jugamos contra el líder, Chamartín impone, nuestra Liga es otra. Y en caso de duda, siempre hay una justificación que funciona: el entrenador manda.Es cierto que el intervencionismo de los entrenadores es cada vez mayor y más preocupante. Recientemente el técnico argentino Marcelo Bielsa, uno de los personajes más interesantes en el panorama actual del fútbol, se preguntaba si los entrenadores habían conquistado terreno a los jugadores o los jugadores habían cedido su espacio a los entrenadores. Su reflexión era acertada y daba para una respuesta de regusto marxista. Ya se sabe, las clases emergentes y todo eso.
La respuesta a Bielsa es una combinación de sus preguntas. Los entrenadores ganan el terreno de los futbolistas porque han trabajado vigorosamente para establecerse como los nuevos pontífices del fútbol. Desde esa posición, que además les proporciona popularidad, dinero y prestigio, generan un clima que huele a habitación cerrada, que produce un fútbol chato, que procura un dirigismo exacerbado, sólo posible por la vergonzante complicidad de los jugadores, cada vez más sumisos y más cómodos en el irrelevante papel que les toca.
La prensa también es cómplice de la situación. Desde la necesidad de una respuesta sencilla, con cara y ojos, a lo que sucede en un campo de fútbol, a los periodistas nos conviene centralizar el universo del fútbol y de un partido en una sola figura: el entrenador. Es una manera de simplificar el trabajo y de magnificar la condición mágica que han alcanzado los entrenadores en estos días. Los jugadores también aceptan encantados su posición secundaria ante la prensa. Les descarga de responsabilidades y les ofrece un territorio cómodo, acrítico, simplón, que finalmente sirve para negarles su dignidad como futbolistas.
La falta de orgullo del jugador de hoy es un desastre para el fútbol. Las consecuencias co mienzan a adivinarse: juego mecánico, uniforme, depresivo. Por eso la mayor cualidad del partido de Raúl frente al Atlético fue su deseo de transgredir el orden actual. Decidió asumir un papel protagonista en el encuentro, conquistarlo si fuera posible, y lo fue, jugar con la pasión de alguien que se niega a admitir una posición subalterna en su profesión. Raúl fue un ejemplo de lo que debería ser y de lo que debería hacer un verdadero futbolista. Desgraciadamente, casi nadie toma nota de su lección.
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