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La decana (cherchez la femme)

En el año 1900, en el Parlamento francés se debatía acaloradamente una moción sobre si la mujer podía ser o no abogado, y uno de los parlamentarios clamaba irónico e indignado: " ¡No, si llegará un día en que el bátonnier de I'Ordre [decano del Colegio de Abogados de París] llevará faldas!". Pues bien, ese día ha llegado. El 29 de octubre pasado, tras reñidísimas elecciones, ha resultado elegida para ocupar tan alto cargo una mujer, Dominique de la Garanderie. La importancia y relevancia social de este cargo en ese país es enorme. Yo diría que superior al de ministro, pues no olvidemos que Francia ha sido -sigue siéndolo en gran medida -una República de abogados.Antes tuvo que enfrentarse a tres pesos pesados de la profesión, naturalmente todos hombres. Siendo ella una abogada laboralista apenas conocida hace diez años, tuvo que hacer campaña electoral muy agresiva y directa. Por ejemplo, su último acto había consistido en una especie de mitin que tenía por marco una estación de ferrocarril abandonada a las afueras de París, totalmente abarrotada, especialmente de gente joven. La oradora es muy menuda, pero emana energía por todos sus poros; y su vibrante voz, entre raíles oxidados y chatarra, llegaba a todos los rincones. No cabe la menor duda de que tiene garra y carisma. Y pese a lo desigual de la lucha, la gana holgadamente. Este insólito hecho, para mí que me encontraba en ese momento en París, tenía un especial interés, pues estoy escribiendo un libro sobre la abogacía en el que hablo bastante de la mujer. ¿Y quién me podía ilustrar mejor sobre el tema que esta protagonista tan importante de la historia? Total, que, sin conocerme de nada, me concede una entrevista el mismo día que la llamo, y voy a verla a su despacho. Y es que en Francia no hay mejor carta de presentación que un proyecto cultural.

Es una persona de mediana edad (53 años) que de entrada no te llama la atención, a no ser por el aire de intelectual revolucionaria rusa que tiene. Pero nada más intercambiar las primeras palabras con ella te das cuenta de que todo su peso lo vale en quilates, por su cultura, su inteligencia, su claridad de ideas, su fuerza y su brillantez, o sea, su personalidad íntegra. En nuestra larga charla hablamos de temas relacionados con la profesión y, por supuesto, de la irresistible ascensión de la mujer en ella.

Se ha perdido la memoria de la tremenda batalla que una mujer tuvo que entablar hace menos de un siglo en Francia para acceder a una profesión que la costumbre, la tradición los prejuicios y los privilegios (masculinos) habían reservado al hombre. Esta mujer se llamaba Marguerite Jeanne Chauvin y era licenciada, además de en Derecho, en Filosofía y Letras; leía a Píndaro y a Horacio de corrido, y se ganaba la vida, malamente, dando clases de sus múltiples saberes. ¿Por qué no podía ser abogada si no había ley alguna que se lo prohibiese? Pero el Colegio de Abogados -estamos en el año 1897- se niega a recibirla en su seno.

Jeanne no se da por vencida y en los estrados de la Primera Sección de la Audiencia de París -en el sistema legal francés toda persona puede defenderse a sí misma- defiende así su causa: "Hoy las mujeres, como los hombres, están obligadas a trabajar para poder vivir honesta y honorablemente. ¿Cuántas de nosotras, en efecto, solteras, casadas o viudas, no se ven obligadas a asumir la dura carga de jefe de familia, para sostener y educar a sus hijos? ¿Es justo que en estos casos una mujer sólo pueda ser obrera? No, señores, se nos tienen que abrir a las mujeres las profesiones superiores para las que estemos capacitadas. El hecho de haberme empollado la ciencia jurídica tantos años de mi vida me debería dar derecho a ejercer la profesión que he elegido. El Estado, por una especie de contrato tácito -al hacerme sufrir los mismos exámenes que a los hombres y al concederme los diplomas que acreditan mis estudios-, ha contraído -conmigo el compromiso de abrirme sin reservas la carrera a la que dan acceso; la más bella y honorable, la de abogado. Le pido que lo cumpla". El fiscal de la República se opuso a esta pretensión aduciendo los tópicos al uso, y llevó su mordacidad al extremo de decir que "sería un desastre para la institución que cundiese el ejemplo de la papisa Juana, su homónima, que dio a luz en una audiencia". Las tradiciones y los prejuicios pueden más que las razones, y nuestra heroína pierde el pleito con costas. La prensa se hace amplio eco del caso, que cala en la opinión pública, la cual está muy dividida. La polémica está servida.

La Cámara de Diputados era ese día el punto más caliente de la ciudad. El caso de la Chauvin había removido muchas conciencias, unas a su favor y otras en contra. Entre las que están a su favor se encuentra la de un gran jurista y futuro presidente de la República, Raymond Poincaré, que argumenta que, "en derecho, la regla es la capacidad de todo ser humano y la excepción la incapacidad", y que la mujer, si es igual al hombre en la instrucción, debe serlo también en el trabajo". En contra se elevan otras voces. Unas se remontan a la antigüedad e invocan a una tal Phyrnea que informaba desnuda ante el aerópago, y advierten del "peligro que supone que una abogada joven y bella se dirija a los jueces, expuestos, como todo mortal, a las debilidades humanas". Menudean los tópicos: que "el sitio natural de la mujer está en el hogar y su principal función es la maternidad y esto es incompatible con las obligaciones del abogado". Éste era su sentir: "Cuando digo mujer, quiero decir un sexo tan frágil, tan cambiante, tan inconstante y tan imperfecto que me parece que cuando la naturaleza le hizo perdió el buen sentido con el que había creado las restantes cosas que hay en la tierra".

¿Qué opinaría de todo esto Álvarez Cascos?,

Finalmente, el 1 de diciembre de ese mismo año se dicta una ley que autoriza a la mujer a ejercer la profesión de abogado. Jeanne Chauvin ha ganado la batalla. El periódico Le Matin, con humor y poesía, entona este réquiem: "L'ordre des avocats est mort. Il a vécu. Il meurt par lesfemmes. C'est une consolation. Il sera mort en beauté".

Siete años después, por primera vez en la historia de Francia, una mujer se pone la toga. Es Jeanne Chauvin. Sin embargo, sus comienzos y los de sus congéneres no fuerori nada fáciles. Lo tenían crudo, porque habían de vencer los prejuicios ancestrales que latían en el subconsciente colectivo contra la mujer y, por tanto, en el de sus clientes eventuales. Hoy hay ya en esta profesión casi tantas mujeres como hombres. Y dentro de poco seguro que habrá más, pues en este año están haciendo la pasantía, que en Francia es obligatoria, 1.329 mujeres y 961 hombres.

Mucha suerte en su difícil empeño, chère madame et confrére.

Luis Joaquín Garrigues es abogado.

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