Superdepor infradepor
En vísperas del comienzo de la Liga, varios entrenadores coincidieron en la selección de los grandes favoritos: estaba claro que no se podía descartar al Madrid ni al Atlético, pero, con permiso del Barcelona, indudablemente era el Deportivo quien mejor había sabido entender y aprovechar la ley Bosman. Luego, Fabio Capello pareció darles la razón cuando aprovechó un mal resultado para mediar en la cuestión. Desencajó la mandíbula, adelantó el hoyuelo, miró hacia sus jugadores, se volvió hacia los periodistas, y dijo, con su inconfundible sonrisa lombarda alargándole la barbilla: "ya advertí que dos o tres equipos estaban por encima de nosotros; esto es lo que hay, bambinos".Algunos meses más tarde, el Madrid se ha proclamado campeón de invierno, el Barcelona busca desesperadamente un estilo, y el Deportivo llega al final de un continuo proceso de devaluación: después de 10 fichajes y pico se ha convertido en un equipo irreconocible. ¿Irreconocible decimos? Todavía recordamos la rápida metamorfosis de Depor en Superdepor. Subió a Primera, aprendió el nuevo recorrido mientras conseguía olvidar el camino de vuelta y, gracias a aquella nómina de jugadores que Arsenio pudo organizar con su manual de boticario, se consolidó muy pronto como uno de los equipos más solventes del campeonato. En esas dos primeras temporadas nos afanamos en interpretar las razones de tanta eficacia. Casi siempre llegábamos a la misma conclusión; hombre a hombre, el club había podido completar un conjunto muy equilibrado en el que sobresalían dos cualidades: en primer lugar, sus líneas reunían a futbolistas perfectamente compatibles; en segundo, las conexiones estaban encomendadas a enlaces con talento. Sin usar la falsa coartada de la utilidad frente al arte, sin hacer el más mínimo dispendio ni la más mínima cesión de calidad, agrupó a Djukic, Silva, Donato, Fran, Manjarín, Aldana y Bebeto; toque a toque ocupó todos los espacios de la cancha, y si en algún momento necesitó un suplemento de brillantez, ahí estaban Fran y los brasileños para aportarlo. ¿Hacía falta más?
Pero llegó la ley Bosman, y los directivos la confundieron con el Plan Marshall. Imbuidos de un sentimiento cosmopolita, se olvidaron de la cantera, desenfudaron el talonario y se pusieron a disparar contra todo lo que se movía. Tiraron de páginas amarillas, llamaron a todas partes, y cuando quisieron darse cuenta tenían tres electricistas por cada grifo averiado.
Cualquier viejo relojero les habría dicho que para armar un buen despertador es aconsejable tener las piezas justas.
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