"Creo que he hecho algo grande"
Moyà sigue despertando pasiones, pero no pierde su flema mallorquina en Melbourne
Disputar una de las semifinales del Open de Australia no cambió los hábitos del mallorquín Carles Moyà. Tiene 20 años, pero su capacidad de reacción es tremendamente serena: todo lo piensa y lo asimila con la calma propia de los isleños, que saben que hay tiempo para todo. Pero curiosamente nunca llega tarde. El día antes de enfrentarse al norteamericano Michael Chang, ni siquiera se inmutó. El americano, mucho más bregado en el circuito, estaba más tenso que él."Nada, nada especial", respondió su entrenador, José Perlas, cuando en Catalunya Rádio le preguntaron si había realizado alguna preparación específica para el encuentro más importante de su corta carrera deportiva. "Sólo puedo decir que ganaremos. De eso estoy seguro", añadió. En la pista, tanto Carles como Perlas mantuvieron mucho más la compostura que el capitán español de Copa Davis, Manuel Santana, que, sentado al lado del técnico, no podía contener su emoción. Perlas daba instrucciones a Moyà, pero con una tranquilidad que crispaba los nervios.
Sólo en los puntos que decidían alguna manga o en los que
determinaban los juegos finales del partido se vio a Moyà gesticular para demostrar su motivación. Y sólo cuando acabó el partido se
permitió una licencia y dejó marchar a su aire toda la ilusión y la presión que hasta entonces había contenido. "Creo que he hecho algo grande, y lo he hecho jugando de una forma increíble", comentó minutos más tarde.
Probablemente es esa flema y su figura -1,90 de altura, pelo largo y buena pinta- lo que ha vuelto locas a las quinceañeras australianas y ha convertido la pista central en un comité de apoyo al mallorquín. Hasta ahora, ningún tenista español habíá conseguido que aficionados de otro país se pintasen la cara con los colores de la bandera española o enarbolaran pancartas como la que apareció ayer en la central de Flinders Park que decía: "Moyà, el destructor".
Pero él lo lleva todo con calma. Sabe cómo debe actuar. "No", asegura. "Todo eso no me afecta. Yo me limito a jugar lo mejor que puedo mis partidos. Me gusta el apoyo que recibo y me ha ayudado a ganar algunos partidos. Pero sé que todo eso es una consecuencia de mis resultados". El día siguiente de ganar a Becker, Moyà llamó a Avendaño, que había trabajado con él en el CAR de Barcelona. "Me acuerdo de vosotros" le dijo. Y tras superar a Mantilla en los cuartos de final se fue de compras con él.
Ayer llamó a Palma de Mallorca para hablar con sus padres. "¡Estoy en la final", les dijo. "Coged el avión y venid enseguida". Su madre lloró mientras hacía la maleta. La noche anterior habían estado viendo el encuentro por televisión, a las cuatro de la madrugada, con la casa invadida por cámaras y comentaristas de radio. Y ayer la conferencia de prensa del Consejo del Gobierno balear en el Parlamento se abrió hablando de la victoria de Carles.
Carles vive ajeno, sólo en parte, a la revolución que ha montado tanto en Mallorca como el resto de España con sus triunfos. Lo único que le preocupa ahora es la final. Mantenerse al margen de todo lo que le envuelve, de la fama, de ser reconocido por todo el mundo, de las llamadas telefónicas que no paran. Pensar en su próximo rival y en ganarle.
"Si debo enfrentarme a Sampras", señaló ayer Moyá, "no me asusta. Él es el número uno del mundo. Pero yo acabo de ganar al segundo jugador mundial y al sexto. Y no voy a salir a la pista como perdedor, ni mucho menos. Él era favorito hace dos semanas, pero ahora ya no sé si lo es. Y si juego contra Muster me queda el recuerdo de la última vez que le gané, en Múnich este mismo año. Sé que aquí todo será distinto: en pista rápida y al mejor de cinco mangas. Pero yo me siento en gran forma
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