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Ortega Lara

El cautiverio de Ortega Lara puede convertirse en el caso Moro español, a la vista de que la libertad de un hombre secuestrado no depende de la capacidad económica de su familia, sino de la razón de Estado. Tras un año de secuestro, probada la incapacidad de dos gobiernos para liberarle, sólo la peligrosa especie de los psicópatas de la razón de Estado puede negarse a conceder gestos políticos para que el funcionario sea liberado. A pesar de las campanas de toma de conciencia pública, a las que ETA ha opuesto la violencia en las calles, la organización terrorista no tiene nada que perder manteniendo a Ortega Lara en cautiverio el tiempo que crea necesario. Es más, las manifestaciones de solidaridad son emocionalmente liberadoras, pero también dejan la evidencia de la impotencia de la liberación real.Tienen razón, pues, los que reclaman que el Gobierno haga un gesto político que le cargue de razones éticas y humanitarias, ya que hasta ahora nada le ha provisto de razones de eficacia policial ante lo

secuestros. No hay que insistir en lo que ya se sabe, que los responsables son los etarras, que ellos son los agentes del lacerante caso de un hombre cuya libertad no depende de sí mismo, ni de su familia, sino de negociaciones políticas. Tampoco se discute que sea difícil encontrar a un secuestrado en la al parecer invisible red de los zulos de ETA. Ya estamos en otra dimensión y Ortega Lara se convierte en una acusación insoportable, no a nuestra posible insensibilidad hacia el terrorismo, sino a nuestra insensibilidad por la situación de un hombre concreto del preso más indefenso de España.

La impotencia del Estado para liberar a Delclaux, al menos, puede compensarla su familia comprando su libertad.. Ortega Lara no tiene otro valor de cambio que su vida, con la angustia de saberlo desde el primer día. Hace ya 369.

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