Las memorias o la vida
La devolución por parte de la famila de Franco de tres de los nueve cuadernos de memorias de Azaña, robados en 1937 al cuñado de éste, Cipriano Rivas Cherif, ha dado ocasión a diversos comentarios, pero nadie ha reparado en un emocionante episodio relacionado con ellas y del que da cuenta en sus propias memorias el periodista y político socialista Julián Zugazagoitia. Cuenta éste cómo Azaña, inquieto por el uso que los franquistas pudieran hacer de sus memorias -en particular por los juicios que en ellas se deslizaban contra algunas personalidades republicanas- propuso plantear al enemigo un canje de los cuadernos a cambio de la libertad de Rafael Sánchez - Mazas, el escritor falangista, que había sido detenido cuando intentaba pasar a Francia.Zugazagoitia, que era por entonces ministro de Gobernación en el gabinete de Negrín, relata el disgusto con que la propuesta fue acogida en el seno del Gobierno. A nadie le parecía lógico intercambiar a un personaje como Sánchez Mazas por unos cuadernos cuando existía la posibilidadad de hacerlo por una o varias personas condenadas a muerte. Sin embargo, comenta Zugazagoitia, "mi caso era único [porque] Rafael Sánchez Mazas era amigo mío" y "su suerte no me era indiferente". Bilbaínos ambos pero de trayectorias vitales contrapuestas, la distancia que la guerra había abierto entre ellos no impedía al periodista elogiar en sus memorias el talento literario de quien seguía considerando su amigo. Finalmente fue el propio Zugazagoitia quien planteó una propuesta alternativa: canjear al escritor por Federico Angulo, redactor político de El Socialista, que se encontraba preso en Bilbao y había sido condenado a muerte.
Desde la distancia de los tres años transcurridos entre el episodio y el momento en que lo evoca, escribe Zugazagoitia: "Este es, para sus amigos, recuerdo; aquél -después de una peripecia que le expuso a no ser-, ministro". La propuesta de intercambio de prisioneros no había prosperado y Angulo había sido fusilado. Sánchez Mazas, por su parte, había conseguido pasar a las líneas franquistas tras haber sido dado por muerto por un pelotón de fusilamiento, y se sentaba en el Consejo de Ministros de Franco. La emoción que transmite el relato es mayor leída hoy. Pues nosotros sabemos algo que el propio autor desconocía al redactarlo: que él mismo sería detenido en París por la Gestapo poco después de escribir esas líneas, entregado a Franco y fusilado en las tapias del cementerio del del Este de Madrid.
Para entonces, amplios extractos de los cuadernos robados habían sido publicados en el ABC de Sevilla. En sus "Casi unas memorias", Dionisio Ridruejo atribuye el robo a un tal Antonio Espinosa, empleado en el consulado español en Ginebra, que habría utilizado los cuadernos "como salvoconducto" ante el cuartel general franquista, en Burgos. Según Ridruejo, fue el escritor Agustín de Foxá, agregado del Servicio Exterior de Falange, quien leyó los originales y se los pasó a Franco. El Caudillo, según un artículo publicado hace unos días en ABC por Ricardo de la Cierva, seleccionó personalmente los fragmentos que más podían "fastidiar a los políticos de la República" para ser incluidos en una antología que encargó a su biógrafo, el periodista Arrarás.
Joaquín Arrarás Iribarren, un navarro que ya había sido exégeta del General Primo de Rivera antes de serlo de Franco y de su Cruzada, por lo que recibiría el Premio Nacional de Literatura, fue editorialista de ABC durante cinco años. Según las anotaciones que incluye en la selección que le encargó Franco, Azaña era "un déspota a lo Nerón", un "tábano de Ateneo" y "un monstruo" que "navega por mares de piratería y de avaricia en competencia con los otros corsarios rojos que saquean bancos, embajadas y consulados como el Tempranillo desvalijaba diligencias". De donde se deduce lo poco que ha cambiado en 60 años la retórica de los ideólogos de la derecha.
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