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Milatovic cambia el decorado

El Valladolid, tras recuperarse de un mal comienzo, acusó la entrada del yugoslavo

Santiago Segurola

Salió Mijatovic y el Madrid encontró el rumbo. A eso se llama poder de decisión, algo que está relacionado con la calidad de los jugadores. Como Mijatovic dispone de un talento inmenso, su efecto en los partidos es tremendo. El Valladolid, que se había recuperado de un pobre comienzo, que había conseguido el empate y que llevaba el encuentro con cierta comodidad, se encontró frente a Mijatovic y se rindió, aunque finalmente consiguió la clase de resultado apetitoso en la Copa.Acostumbrado a su juego acechante, el Madrid tuvo que cambiar de registro frente a un, equipo que se distingue por su densidad defensiva y por su interés en buscar el contragolpe. Así que el Madrid se metió en el partido que no le gusta. O que no le gusta a su entrenador, que prefiere esperar, cortar y llegar. Contra su criterio habitual el Madrid tuvo que dirigir el partido. Lo hizo correctamente durante un cuarto de hora y consiguió un gol, pero lentamente se vio envuelto en la trampa del Valladolid, que se tapó hasta que encontró dos o tres contras muy rápidas. En una de ellas, con la defensa madridista bastante revuelta, logró el empate y comenzó a explorar las deficiencias del equipo local.

Entre todos los equipos de la Liga española, el Valladolid es uno de los más problemáticos para el Madrid. No le importa defender con mucha gente y jugar con casi todos sus futbolistas por detrás de la línea de la pelota. De esta manera resulta francamente difícil tirarle un contragolpe al Valladolid. El Madrid se sintió obligado a disponer del balón de forma casi abusiva. Una contradicción y un problema para un conjunto de trazo directo, poco amigo del fútbol reflexivo y paciente. Lo intentó con la vieja guardia. Volvieron Lasa, Milla y Amavisca, y durante un buen rato pareció que el Madrid había encontrado las soluciones correctas al partido.

El Madrid jugó bien hasta el gol, con autoridad y criterio en el uso del balón, en el estilo que se supone en cualquier equipo dirigido por Milla y Redondo, que protagonizaron buena parte del golde Suker. Redondo interceptó un pase, salió con un tranco poderoso y buscó a Milla para tirar la pared. Pero Milla tocó suave para Suker, que hizo lo suyo con su proverbial precisión. El tanto vino a sancionar la supremacía del Madrid. Una soberbia jugada de Raúl -un regate a Antía, otro a Santamaría y el mano a mano con el portero, que sacó el pícaro remate del delantero- fue el punto de máxima altura del Madrid en el partido. Desde ese momento -minuto 21-, el encuentro viró a favor de los intereses del Valladolid. El Madrid perdió la onda con la pelota, el Valladolid tuvo la oportunidad de organizar los contragolpes y Raúl y Víctor comenzaron a explotar su velocidad.

El cambio de orden, en favor del equipo que especulaba, se consagró en el gol del empate, precedido por un error en el marcaje de Secretario frente a Raúl. Pareció que la jugada se iba al limbo, pero Víctor recuperó la pelota y metió el centro, que fue cabeceado por Quevedo. llIgner rechazó con esfuerzo y Raúl dejó el balón en la portería. Las consecuencias del gol fueron instantáneas: el Madrid agarró una pájara considerable y el Valladolid continuó en su ley. En ese trecho se apreció la clase del colombiano Lozano, un tipo que sabe jugar a fútbol.

Capello deshizo la banda derecha tras el descanso. Se fueron Secretario, condenado definitivamente a galeras, y Víctor. Entraron Chendo y Guti. Pero el hombre que cambió el curso del partido fue Mijatovic, cuyo efecto es demoledor por lo que hace y por lo que intimida. Como por acto de magia, la defensa vallisoletana se descompuso en las dos primeras acciones de Mijatovic.

La segunda prologó el gol de la victoria madridista. Alkorta cabeceó con violencia una falta que sacó Mijatovic con mucho veneno. Allí se inició el tercer acto del partido, protagonizado exclusivamente por el Madrid, cuyo ejercicio de tenacidad fue notable. Presionó y atacó con decisión al Valladolid, que se retiró sin disimulo a sus cuarteles, con miedo al efecto Mijatovic y confiado en la bondad del resultado.

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