_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El problema principal

Política territorial, terrorismo y otras cosas preocupan a los Españoles, pero el problema que más ampliamente nos afecta como individuos es el del paro. Es rara la familia que no está contaminada en alguno de sus miembros más o menos próximo; y cuando no es así, el círculo de amistades, compañías, cualquier ámbito en el que se produce eso que los sociólogos llaman la socialización, trae el problema como algo muy personal y concreto; reconozco que mi satisfacción sería muy superior si estuviera en mi mano resolver todos los jeroglíficos laborales que se me presentan, el trabajo para la persona que lo busca. No sé si el paro es el principal problema de España, pero sí lo es de los españoles.Y es un asunto en que no cabe el consuelo estúpido habitual: en otros países de nuestras características pasa lo mismo, que es respuesta usual para otras disonancias que surgen en nuestra vida colectiva, porque en el desempleo ostentamos el liderazgo destacado y en algunas zonas nos escapamos del pelotón, que queda detrás a vista de pájaro; quizá la integración europea creciente nos llevará a pensar en la media europea de paro como medida de nuestro problema, que eso de las medias es bálsamo para necios; pero la situación seguirá ahí.

Si en España tenemos, poco más o menos, el mismo número de puestos de trabajo que hace 25 años (aunque infinitamente menores en calidad y pago), si nuestra economía es tan resistente a la creación de empleo, a pesar de la cantidad de gente, más que en otros países, que está dispuesta a trabajar sin cobrar (en el hogar, esencialmente las que llamamos amas de casa, denominación sarcástica de esas trabajadoras multiuso al servicio de la totalidad de su familia), algo hay en esta sociedad, en esta organización social, o en estos ciudadanos, que es distinto de los de otros lugares no tan distintos, pongamos por caso Portugal, que es colindante y partícipe en peninsularidad.

No debe ser sólo cosa de gobiernos, lo que no excluye sus responsabilidades pasadas y presentes; tampoco debe ser sólo cosa de empresarios, ni de trabajadores, ni de las esencias patrias; debe haber muchas raíces para tan frondosa planta, y habrá que ir matándolas una a una, con la inseguridad, además, de que hay que ir tanteando mediante el sistema de la prueba y el error, pues si estuviéramos seguros de las causas, seríamos unos majaderos por no haberlas erradicado ya, amén de que entonces los políticos habrían sido ya sustituidos por economistas u otros sabios.

Sí parece, sin embargo, que algo tiene que ver con la situación actual la diferencia de estructura de relaciones laborales entre este país que ostenta el dicho liderazgo y otros que están en el pelotón del porcentaje de paro. No creo, desde luego, que sea la única razón de la diferencia, y no sé si será la principal, pero el miedo a contratar fijo es un hecho, y aliviar ese miedo será, probablemente, un favor que se haga al dato mismo de la extensión de la contratación. Hay, por supuesto, tras muchas causas o razones explicativas, algunas de las cuales nada tienen que ver con la llamada rigidez de esas relaciones (rigidez para algunas y flexibilidad casi total para otras, temporales). Todas esas causas, en la medida en que sean probablemente tales causas, deben ser afrontadas y tratadas de manera adecuada.

¿Quién tiene que hacer este trabajo concreto? El marco jurídico de unas relaciones contractuales es propio del Parlamento, que es quien mediante leyes fija las reglas de las relaciones entre ciudadanos con marchamo de compromiso jurídicamente válido y operativo. Bien está que todos los interesados hagan frente a su interés mediante la adopción de los correspondientes acuerdos responsables; sobre todo si no se está dispuesto a aceptar cualquier cosa que la Autoridad decida. Pero asunto tan enrarecido y permanente resulta de angustiosa urgencia, por extraño que parezca. Los que no somos empresarios ni trabajadores representados en esa negociación somos ciudadanos directa e indirectamente afectados por el resultado de la misma. Y esa negociación de interesados directos no puede posponerse tiempo y tiempo por encima del urgente interés de todos. Algunos se quejan de que el Gobierno presione; tanta razón tendrían para quejarse otros muchos si el Gobierno no presionara. Hay que hacer algo, dicen casi todos; pues ya es hora; este asunto tiene mucha meditación y palabrería, pero necesitamos más acciones, aun riesgo de no acertar del todo. Porque lo que sucede es inaguantable. Me niego a aceptar este paro bochornoso.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_