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La nueva cruzada de Soros

El popular financiero destinará cientos de millones para regenerar la sociedad norteamericana

Calles mal asfaltadas; colas interminables en locales públicos tercermundistas; pobres de todas las edades, sexos y razas durmiendo en las aceras; gánsteres que rematan a sus víctimas en la ambulancia o en el lecho del hospital; barrios negros dominados por las drogas y la delincuencia que los blancos no pisan jamás... Así es también Washington, la capital del imperio, la ciudad que empalmará las fiestas de Navidad con los fastos de la segunda toma de posesión de Bill Clinton. Ni es oro todo lo que reluce en Estados Unidos, ni la buena marcha de su economía beneficia a todo el mundo.El último en decirlo no ha sido un izquierdista con cuatro dólares en la cartera y un retrato de Malcom X en la camiseta, sino un hombre cuya fortuna personal se cifra en unos 2.000 millones de dólares, un tiburón de las finanzas que desde Wall Street desencadena guerras relámpago contra las divisas más débiles, el tipo que en 1992 le ganó el pulso a la libra esterlina y a punto estuvo de derrumbar el Sistema Monetario Europeo. Ese tipo, George Soros, cree que algo huele a podrido en Estados Unidos.

En su autobiografía Soros on Soros. Staying ahead on the curve (Soros sobre Soros. Por encima del promedio), el multimillonario se definió como "un estadista sin Estado". Ahora, tras siete años en los que ha gastado más de mil millones de dólares (unos 140.000 millones de pesetas) apoyando proyectos educativos, culturales y cívicos en Europa del Este, Soros considera llegado el momento de destinar sus supuestas dotes de estadista y muy evidente dinero a los problemas domésticos. A través de su Instituto para una Sociedad Abierta, planea gastarse 350 millones de dólares anuales en los que considera los cinco principales problemas de Estados Unidos: la negativa a conceder derechos a los inmigrantes, la oposición a aceptar la muerte, la proliferación de las drogas, la mala calidad de la enseñanza en el mundo rural y en los barrios pobres del centro de las ciudades y la conversión del sistema penitenciario en una fábrica de delincuentes.

Nacido en el seno de una familia judía de Budapest hace 66 años, superviviente dé la persecución nazi, inmigrado a Nueva York en 1956 y nacionalizado norteamericano, Soros se considera un multimillonario con corazón, un filántropo progresista de la estirpe de los Rockefeller, Carnegy Rosenwald. Pero él no quiere dar su dinero a cualquier obra de caridad; tiene su propia visión del mundo, inspirada en buena medida por la lectura de Karl Popper. Así, estando contra las drogas, fue uno de los principales financiadores de la campaña para despenalizar el uso médico de la marihuana en Arizona y California, una iniciativa que los electores aprobaron en sendos referendos el pasado 5 de noviembre.

El apoyo de Soros a la despenalización de la hierba le ha costado no sólo más de un millón de dólares (unos 130 millones de pesetas) no deducibles de los impuestos, sino furibundos ataques de los conservadores. No obstante, habiendo sobrevivido a los nazis, combatido con éxito a los comunistas y triunfado en Wall Street, a Soros le importan un rábano los ataques de la derecha. Está convencido de que "no vale la pena seguir soñando" con la total erradicación de los estupefacientes, y que más vale ser "pragmático" y adoptar políticas que "limiten sus daños", empezando por el cese de la persecución de los consumidores.

Soros es un liberal" en el sentido norteamericano de la palabra, un partidario de la economía de mercado, pero también de la necesidad de que el Estado y la sociedad civil corrijan los desequilibrios más agudos entre clases, razas, sexos y grupos culturales. Y le inquieta mucho el conservadurismo que se ha adueñado de Estados Unidos, ese individualismo que hace que la mayoría de los norteamericanos sean indiferentes a las miserias de millones de compatriotas, por no hablar de las que sufren los bosnios o los ruandeses.

El clima social es tal que, como decía ayer un artículo de The Washington Post, el Gobierno y las ideas con que Clinton piensa afrontar su segundo mandato son "los más conservadores de una presidencia demócrata en todo el siglo XX".

Así que Soros, "estadista sin Estado", ha anunciado que va a gastar su dinero en ayudar a los inmigrantes, las personas que desean una muerte digna y sin dolor, los niños que no pueden estudiar buenas matemáticas, los reclusos y los guardianes de prisiones y los que ofrezcan alternativas razonables al problema de las drogas. Soros ha descubierto que no hace falta cruzar el Atlántico para visitar el Tercer Mundo.

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