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Reportaje:

Herramientas para el terror

Parte del arsenal del 'comando Madrid' fue fabricado con objetos de uso común

Una simple cápsula de mercurio conectada a un circuito eléctrico tiene habitualmente una aplicación tan ortodoxa como formar parte de una alarma antirrobo. Pero esa misma cápsula puede tener un uso mortífero si quien la maneja es un terrorista: es un elemento fundamental de las bombas lapa de ETA. Lo mismo sucede con una sencilla fiambrera, una herramienta conocida como sacacorchos, un despertador de viaje, una marmita, un tubo de PVC o un mando de microondas doméstico.Gran parte del arsenal hallado el pasado 28 de noviembre en un piso de la calle del Doctor Fleming de Madrid, muy cerca del Ministerio de Defensa, estaba formado por artilugios de uso común. Eran parte de las herramientas del comando Madrid.

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Las cuatro enormes granadas Meka de 83 milímetros de diámetro son quizá lo que más impresiona del arsenal incautado por la Brigada de Información de Madrid en el piso franco de ETA. Junto a éso, las dos metralletas Uzi, el subfusil Mat y los más de 1.000 cartuchos del calibre 38 especial y 9 milímetros parabellum.

El resto del muestrario exhibido en una sala del acuartelamiento del barrio de Moratalaz es aparentemente más inofensivo. Pero sólo en apariencia. Las tres grandes ollas colocadas en un extremo del escaparate, las decenas de pilas alcalinas, los circuitos eléctricos, los sacacorchos, las ampollas de mercurio, pueden convertirse en objetos mortíferos en manos de un comando de ETA.

Las ollas de 50 litros, un elemento fundamental para fabricar los coches bomba, sirven para depositar en ellas los explosivos y la metralla que después se conectan al dispositivo eléctrico que los hace estallar.

Unos relojes digitales Casio, hábilmente manipulados por los etarras, les sirven como temporizadores para programar con suficiente antelación el instante preciso en el que ha de estallar el artefacto. Junto a los 31 relojes hay tres parquímetros que también son útiles para el mismo cometido.

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Unas simples fiambreras se transforman en mortíferas bombas lapa tras llenarlas de explosivo y adosarlas un imán que sirve para fijar el artefacto a los bajos del automóvil de las víctimas. El artilugio se completa con un barato y vulgar reloj de horno o de microondas doméstico, que sirve como mecanismo de seguridad que el terrorista pone en marcha inmediatamente después de haber pegado la lapa en la carrocería del coche.

Entre los objetos decomisados por las fuerzas de seguridad en el apartamento etarra hay cuatro tubos de PVC de un metro de longitud cada uno. Poceros y fontaneros usan habitualmente este material para canalizaciones de agua. Pero los terroristas le han encontrado otro uso muy diferente: introducen una granada anticarro dentro de cada tubo y, cuando aquella sale disparada, el cilindro plástico fija su trayectoria y hace que los artefactos explosivos se dirijan hacia el punto deseado.

Un tubito de cobre, conectado a un sistema eléctrico, sirve a los terroristas para fabricar una trampa mortal para los artificieros de la policía. Si alguno de éstos incurre en el error de levantar el capó o abrir el maletero de un coche sospechoso, mueve involuntariamente un dispositivo que acciona un percutor y provoca una explosión.

Los cinco kilos de amosal y los 300 gramos de clorato potásico incautados en el piso de ETA, con los que fabrica sus bombas, son igualmente sustancias de fácil adquisición en el mercado químico y de fertilizantes.

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