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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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¿Era avaro el judío que compró el Coloso de Rodas?

El lenguaje es muy traicionero y deja traslucir a veces prejuicios sobre personas o grupos que nunca osaríamos reconocer como propios conscientemente. Cuando alguien nos advierte de ello solemos quedar desagradablemente sorprendidos y lo lamentamos de veras. ¿Quién, que no sea rematadamente racista, xenófobo o clasista, puede afirmar que el gitano, por serlo, es ladrón; el judío, por serlo, avaro; el emigrante de color, por serlo, delincuente, y el marginado social, por serlo, vago? Sin embargo, a veces lo damos a entender tomando por ciertas suposiciones erróneas o asumiendo acríticamente clichés históricos que nada tienen que ver con la verdad de la historia.Los lectores de EL PAÍS se muestran, por lo general, muy sensibles ante las referencias étnicas o raciales en las informaciones. Hacen bien y es de agradecer que vigilen cualquier información sospechosa en este sentido. Incluso si, a veces, esa sospecha resulta infundada. A propósito del artículo El rastro de los siete prodigios, de Antonio Jiménez, publicado el 10 de noviembre, el lector Sergio Makaroff, de Barcelona, afirma que "ningún dato avala" que el comerciante judío de Odesa que compró el bronce del Coloso de Rodas fuera avaricioso, como asegura el autor del artículo. "¿Era avaro porque era judío?", pregunta para sentenciar a continuación: "Así es como se perpetúan los clichés racistas".

Antonio Jiménez explica por qué calificó de "avaricioso" a este comerciante que necesitó 900 camellos para transportar el bronce del Coloso de Rodas: "El diccionario de la Real Academia define avaricia como 'desordenado afán de adquirir riquezas'. Se puede deducir que alguien que compra a cachos el Coloso de Rodas para venderlo. es, cuando menos, avaricioso. Mientras escribía esto caí en la cuenta de que el comercieante en cuestión era judío y pensé, por un momento, y para evitar suspicacias, omitirlo. Pero luego pensé también que si el comerciante hubiera resultado cristiano, musulmán o budista no habría dudado en especificarlo". La deducción de Jiménez es tan subjetiva como plausible. Ese comerciante, incluso siendo judío, pudo traspasar los límites del honesto y lícito beneficio propio de toda operación mercantil y caer en el pecado de la avaricia.

En cambio, tiene razón John Casey, de Barcelona, al cuestionar, por gratuita, la referencia hecha en el artículo El fiscal pide cuatro años de cárcel por exportar ilegalmente un casco etrusco (EL PAÍS, sección Cataluña, de 15 de noviembre) al "origen judío" del coleccionista que adquirió dicho objeto. No obstante, este lector se arriesga cuando le atribuye "la finalidad de confirmar para los lectores que los judíos están expoliando a los españoles con sus negocios sucios". El autor del artículo, Manel Torres, está de acuerdo en que esa referencia religiosa "no aporta nada a la infonnación", pero discrepa de que "obedezca a un intento deliberado de acusar a la comunidad judía de expoliadora de patrimonio alguno". Y alega en su descargo que "esa afirmación fue un añadido procedente de un teletipo de agencia a mi texto original durante el proceso de edición que en ningún caso controlé".

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¿Es demasiado estricto EL PAÍS en su rechazo a las connotaciones étnicas, raciales o religiosas en tanto no constituyan elementos informativos por sí mismos? Un lector, Carlos M. Fernández Villazón, de Madrid, opina que sí y pone como ejemplo las crónicas publicadas a raíz del robo llevado a cabo el mes pasado por cuatro niñas, con la presunta complicidad de un adulto, en un banco de Miranda de Ebro (Burgos). Este lector imputa a EL PAÍS haber ocultado que esas niña son gitanas y lo considera efecto "de una nueva forma de censura mucho más grave, limitativa y empobrecedora que ninguna otra: el pensamiento y la información políticamente correctos". Y añade: "Tal vez no sea políticamente correcto identificar a la gente por nada. Tal vez lo mejor sea decir (que no informar) que el acto fue realizado por unos bípedos / bípedas aparententemente humanos para que no se moleste nadie. Con lo cual no sabremos nada, ni nos informaremos de nada y dejaremos de comprar periódicos. Eso sí, nadie se habrá molestado".

No le falta razón a este lector al señalar el efecto empobrecedor que el movimiento políticamente correcto, originado en Estados Unidos, puede tener sobre el lenguaje informativo. Este tema mereció un amplio comentario en esta sección hace algún tiempo. Y en aquella ocasión, el director de EL PAÍS, Jesús Ceberio, estuvo de acuerdo con un principio básico de dicho movimiento: "No mencionar las características raciales de los protagonistas de una información, salvo que sea relevante para la comprensión de. la historia". El Defensor del Lector también lo está.

Armas y delincuencia

Javier Hernández Ámez, de Valladolid, se muestra "profundamente indignado" con el reportaje Calibre 3.222.026. España dobla al Reino Unido en homicidios por arma de fuego, de J. M. Ahrens, publicado el pasado 27 de octubre. Este lector cuestiona la necesidad de pruebas psicotécnicas para obtener la licencia de armas y critica que "se nos meta en el mismo saco a cazadores, guardas jurados, criminales, tiradores deportivos, psicópatas, etcétera". Arsenio Escolar, subdirector de la edición dominical, niega que el reportaje "dé a entender que cualquier poseedor legal de un arma de fuego es un presunto delincuente". "Sólo pretendíamos reflejar que un arma es un peligro, cosa en mi opinión indiscutible", señala.Respecto de las pruebas psicotécnicas, Arsenio Escolar también las cuestiona, pero para hacerlas más fiables, más duras: "Como se recogía en el reportaje, en España se produjeron el pasado año 150 muertes por arma de fuego, dato mucho más alarmante que las 63 muertes registradas en 1994 en el Reino Unido, que es donde ahora se está produciendo este debate. En el reportaje, Pilar Gualda, presidenta de la Comisión de Seguridad del Colegio de Psicólogos de Cataluña, se lamentaba de que las pruebas se realizan en unos pocos minutos en centros privados donde s e acumulan en una sola mañana 20 peticiones de licencia".

Efectivamente, un arma siempre constituye un peligro potencial. Sólo su buen uso y el equilibrio personal de su poseedor pueden evitar que ese peligro se convierta en algo real y posiblemente criminal.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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