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Derecha asomatognósica y disléxica

En la última, apasionante y divertidísima novela de Eduardo Mendoza, Una comedia ligera, un personaje se refiere con tono de espanto a las bombas "atomicias" (sic). No es persona ilustrada y la energía nuclear era, en el momento en que está ambientada la novela -verano de 1948- una novedad radical. Pero es obvio que nadie puede tomar a tal individuo como un candidato a ser tomado en consideración para una cátedra universitaria de Física Nuclear.Algo semejante cabría decir del diagnóstico que el propio Gobierno hace del retrato de situación que le proporcionan las encuestas. Ya con la tercera en la mano -y con un contenido muy semejante a las dos anteriores- ha tenido que admitir su deterioro ante la opinión. Sin embargo, ha afirmado que eso siempre tiene lugar cuando se ejerce el poder, como se prueba porque le sucedió al PSOE, y que además no han podido percibirse aún las ventajas de las medidas que en su día tomó. La realidad es que eso equivale a llamar "atomicias" a las bombas atómicas.

Lo que caracterizó a los primeros años de Gobierno socialista fue que resultaron, recordando las memorias de Barral, "años sin penitencia". Resucitó durante algún tiempo Suárez pero González se mantuvo sólidamente por delante en todas, las encuestas y a lo sumo el voto decepcionado fue a incrementar la abstención o la negativa a pronunciarse. El Gobierno del PP está a varios años luz de una situación como la descrita. Entra dentro de lo posible -todavía no probable- que concluya su estancia en el poder dos años después de haberlo logrado y tras catorce en la oposición. No admitirlo es pecar de asomatognosia, enfermedad que consiste en ignorar el puesto que al cuerpo propio le corresponde en el orden del cosmos. Como todo el mundo puede imaginar uno puede desbarrar mucho si está padeciéndola.

A primera vista parece un misterio cómo puede haber llegado el Gobierno en tan poco tiempo a esta situación. De un Gobierno que acaba de llegar al poder se justifica el "no poder" actuar como quisiera, al enfrentarse con unas circunstancias dadas e inevitables. También es exculpable el "no saber" pues, a fin de cuentas, muchos de los nuevos gobernantes no han hecho otra cosa que dedicarse a atacar a sus adversarios en el Parlamento. Pero el problema es más grave. El no poder lo disculpan los sensatos y para la ignorancia está la virtud de la paciencia. El Gobierno, sin embargo, mira la realidad y, aunque parece entenderla, luego en su acción demuestra que no es así, al menos en un primer momento. Se trata, por tanto, de un problema de dislexia, esa enfermedad que con tanta facilidad desorienta por completo a los padres, perplejos ante el comportamiento de sus hijos a la hora de aprender a leer.

Ahora en la cuestión cubana Aznar decide enfriar y pedir calma y hace bien. Pero lo sucedido -que nos va a quitar una parte del protagonismo al que teníamos derecho- es consecuencia de sus acciones anteriores que tenían un resultado bien previsible. Una huelga general es siempre consecuencia de un clima ambiental. Esa lección la debe conocer González por haberla aprendido de su experiencia. Ningunear al funcionariado sin hacer siquiera el gesto de negociar no puede ser compensado al final con la expresión de una voluntad de acuerdo para un futuro remoto. Y, en fin, la promesa electoral de regeneración política no puede quedar reducida a tan sólo un consenso en la composición del Consejo del Poder Judicial que luego demuestra actuar de acuerdo con su composición en cuotas partidistas.

No resulta nada reconfortante esta dislexia y menos aún que la asomatognosia multiplique sus efectos. Llegará un día en que el Gobierno se dé cuenta de que una clara mayoría de los españoles -incluso de los que votan otra cosa- desean que las cosas le salgan bien. Es obvio que la política económica sigue un rumbo en general acertado y que el Ministerio del Interior por vez primera en más de una docena de años está rodeado de un aura de respeto. Pero el balance general es francamente flojo. Es un error grave y evitable no admitirlo así o pretender que las cosas cambiarán por sí solas.

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