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Desesperación en Venecia

La mítica ciudad de los canales está padeciendo un número récord de inundaciones

La destemplada imagen de los paisanos que toman el café en el bar con agua hasta las rodillas enfundadas en altas botas de goma está desplazando en la iconografía de Venecia a la de los gondoleros que surcaban sus canales, que no pueden hacerlo en estas fechas porque la marea no lo permite. Desde el pasado 14 de noviembre, la ciudad-museo de los dogos ha conocido 12 días de inundaciones, y aunque el nivel del agua no haya marcado hitos históricos -la marea más alta, de 134 centímetros sobre el nivel medio del mar, registrada el pasado día 18, ocupa sólo el puesto 16º entre las noticias de "agua grande"-, su persistencia en plazas y calles que son la admiración del mundo sí es de récord.Con una marea de 110 centímetros, de nivel del agua en la plaza de San Marcos, una de las zonas más expuestas, llega a los 43 centímetros. El fenómeno ha superado esa cota durante casi todos los últimos 13 días, de modo que entre el 30% y el 90% de Venecia, según la marea en cada caso, ha estado bajo el agua entre dos y seis horas diarias. Durante 1996, el agua alta o grande, como los venecianos llaman a estas inundaciones crónicas, se ha presentado ya 81 veces, lo que no había ocurrido ni siquiera en 1966, cuando una marea de 194 centímetros sumergió el Palacio Ducal en 127 centímetros de fluidos pestilentes y provocó un desastre que aceleró el éxodo de venecianos hasta reducir el censo urbano a los actuales 70.000 habitantes.

Todo ello es suficiente como para que corra el temor de que las peores previsiones sobre el futuro de una de las maravillas más indiscutibles del mundo no se están ya realizando. Un estudio recién publicado en Italia sobre las consecuencias del efecto invernadero en el Adriático sostiene que, si se confirmara el cálculo de que la temperatura de la Tierra habrá aumentado en dos grados dentro de unos años -con la consiguiente subida del nivel del mar en unos veinte centímetros-, el fenómeno del agua alta en Venecia se volverá permanente. Nadie cree que los vetustos muros de la Serenísima República marinera puedan resistir semejante desafío.

Pero el alcalde de la ciudad, el filósofo Massimo Cacciari, parece resignarse con melancolía estoica a tan húmedo futuro cuando recomienda a sus administrados que tengan. siempre a mano un par de botas de goma que lleguen a las caderas si es posible. Los grandes proyectos, más o menos fantasiosos, para salvar a Venecia de las aguas que la inundan crecientemente desde hace cuatro siglos siguen aparcados entre polémicas sobre su coste, su impacto ambiental o sobre la fiabilidad técnica del milagro prometido. El último de ellos, denominado Proyecto Moisés, consiste en unas barreras hidráulicas que cierren la boca de la laguna para contener la invasión extraordinaria de las aguas adriáticas empujadas por el efecto combinado de la marea, de la baja presión atmosférica y del determinante siroco, el viento del sur que impide que la laguna desagüe.

Cacciari y su equipo creen más en la reconstrucción ambiental de la zona para liberar a la laguna del profundísimo canal artificial que franquea el paso a los petroleros o de los terrenos de relleno que han venido a ampliar la superficie de la zona industrial del puerto. Los técnicos calculan que el efecto conjunto de estas y otras obras ha hecho que Venecia se haya hundido 25 centímetros durante los últimos cuarenta años. Los venecianos, por su parte, parecen sobre todo hartos y escasamente dados a confiar en nadie. Las inundaciones son una pesadilla. Las sirenas de alarma suenan en cuanto la marea supera los 110 centímetros, lo que implica despertarse a cualquier hora, tirar de las botas aparcadas siempre junto al lecho y correr a ver si algo de valor ha quedado a una altura donde pueda ser alcanzado por el agua que viene. Eso, para los que tengan la suerte de dormir en un piso alto. Las 1.330 familias alojadas todavía en bajos corren el riesgo de despertarse flotando en la cama si tienen el sueño profundo. Los venecianos, pues, duermen mal desde hace tiempo. Luego hay quien tiene que recorrer un kilómetro con el agua hasta las rodillas y los niños en brazos para dejarlos en el colegio y quienes contabilizan pérdidas cuantiosas en su comercios.

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