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Cobra fuerza en Serbia la protesta contra el fraude electoral de Milosevic

Que el líder serbio Slobodan Milosevic no va a ser derrotado en las urnas era obvio aun antes de que decidiese esta semana anular y repetir, por adversos, los resultados de las elecciones municipales en las que una débil oposición le ha arrebatado 15 de 18 ciudades, entre ellas Belgrado. Las manifestaciones se suceden y crecen en la capital serbia y otros puntos ante el fraude manifiesto, admitido de plano por Washington y con la cautela de rigor por la Unión Europea.

Pero lo que comenzó siendo expresión de impotencia de unos rivales políticos poco curtidos, en un país seminarcotizado por la propaganda, se está convirtiendo con los días en la articulación del rechazo popular -se barajan cifras de hasta cien mil personas en las calles de Belgrado- contra nueve años de autoritarismo nacionalista y la miseria resultante. "Milosevic es un cobarde",. decía ayer el jefe opositor Zoran Djindjic, "pretende no enterarse de lo que pasa".Para los serbios sin antena parabólica es mucho más difícil que para un extranjero saber que Belgrado vive las protestas más importantes desde que Milosevic -de 55 años, artífice principal de la sangrienta voladura de Yugoslavia y ahora interlocutor básico de su pacificación- sacara los carros de combate a la calle en 1991. Hasta tal punto la televisión, alimento casi exclusivo de 10 millones de ciudadanos relegados, está controlada por los socialistas (ex comunistas) en el poder, que ayer y el lunes sus telediarios omitieron referirse a la mayor manifestación en Serb1a en cinco años, en la que sus protagonistas cubrieron de huevos el Ayuntamiento, la propia televisión y el altavoz impreso del poder, Politika. Las marchas orquestadas por la oposición en jornadas anteriores se han saldado informativamente con referencias a "un grupo de contestatarios... ".

El hartazgo popular con la corrupción, la miseria y la arbitrariedad que se manifestó en las elecciones presidenciales búlgaras de octubre y continuó en Rumania este mes sigue ascendiendo por los Balcanes. Los acontecimientos de estos días en Serbia tienen su espejo en Croacia, donde el otro gran autócrata de la antigua Yugoslavia, Franjo Tudjman, de 74 años, se ha encontrado a su regreso de Estados Unidos, gravemente enfermo, con multitudes en el centro de Zagreb que reclaman el fin de una dictadura travestida, como la serbia, de régimen parlamentario. El pretexto en Croacia, donde sus ciudadanos viven igualmente ayunos de libertades informativas aunque en un sistema económico menos petrificado, es el cierre gubernamental de la emisora crítica Radio 101.

El Partido Socialista de Milosevic, aliado con el neocomunista de su mujer Miriana Markovic, ganó por mayoría absoluta el pasado día 3 las elecciones al Parlamento yugoslavo, un organismo irrelevante en el que los diputados de Serbia y Montenegro se limitan a poner el imprimatur a los planes de Belgrado. Milosevic, aparentemente indemne tras la guerra y el embargo que ha postrado a su país a niveles de vida tercermundistas, agota el año próximo su segundo y último mandato al frente de la jefatura. del Estado serbia y necesita los dos tercios de este legislativo -a medida para enmendar la Constitución y perpetuar su poder catapultándose al cargo de presidente federal.Pero con las elecciones municipales, que se repetirán por decreto hoy y el próximo domingo, la reciclada vieja élite comunista serbia ha perdido los nervios. La gota ha sido la certeza de que ciudades importantes, y sobre todo Belgrado, el escaparate, estarían en manos de la coalición Unidos, una mezcla equívoca de nacionalistas de diferente laya y liberales pacifistas. Una oposición, en fin, tan utilizada en el pasado por el presidente Milosevic en sus aventurerismo panserbio como despreciada después, en el apogeo de su poder.

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