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Encuestas y urnas en las recientes elecciones de EEUU

Las elecciones estadounidenses de 1996 se han saldado con la -más que prevista, "cantada"- victoria del presidente Bill Clinton sobre el candidato republicano Bob Dole. Se han cumplido ahora sesenta años de la primera elección en que los sondeos de comportamiento electoral mediante muestreo probabilístico se convirtieran en la referencia esencial de los pronósticos electorales, cuando Gallup, Crossley y Roper vaticinaron el triunfo de Franklyn D. Roosevelt sobre Alf Landon, en la que resultó una de las más abultadas ventajas en una elección presidencial, eso que llaman los estadounidenses un landslide (corrimiento de tierras). Aparentemente, el cumpleaños no ha podido ser más feliz. ¿Lo ha sido realmente? En este artículo vamos a dirigir una mirada a lo que han dicho las encuestas y las urnas en esta elección.El periodo electoral en Estados Unidos es excepcionalmente dilatado. Desde un año antes de la elección (caucuses y primarias) comienza un frenesí de encuestas que, por lo general, registran vaivenes de enorme importancia y, a veces, apariencia errática. Hasta el comienzo más formal de la campaña propiamente dicha (después del labor day, a comienzos de septiembre), una vez diluido el efecto de las convenciones de agosto, no se "centran" los pronósticos. A partir de ahí, en los alrededor de dos meses que preceden a la elección, los estadounidenses se alimentan de encuestas, mostrando en ello una voracidad insaciable. Ejemplo: sólo en ese periodo posterior al labor day, Gallup ha realizado 52 estimaciones sucesivas. A su vez, John Zogby ha producido para Reuters una estimación diaria desde el 22 de octubre al propio 4 de noviembre (la última, por cierto, pronosticando un porcentaje para cada uno de los tres principales - tickets presidenciales exactamente igual al real obtenido). En conjunto, sólo durante las dos semanas previas a la elección, los lectores y espectadores de Estados Unidos han tenido acceso a no menos de cincuenta estimaciones diferentes del resultado electoral. En términos generales, el resultado de esas aproximaciones al pronóstico electoral revela un doble fenómeno. Por un lado, que, manteniéndose en todo momento en las encuestas una sólida ventaja de Clinton, ha habido algunas oscilaciones en las intenciones de voto en los dos meses precedentes a la elección. Por otro, que se ha producido un fenómeno de clarísima sobreestimación de la distancia entre el ganador y el perdedor. De hecho, en la media de estimaciones de las cuatro principales series de encuestas publicadas entre primeros de septiembre y finales de octubre la distancia aparente entre Clinton y Dole ha oscilado entre 13 y 19 puntos, quedando establecida en el último tramo temporal (las encuestas publicadas en la misma víspera del día de las elecciones) en 16 puntos, exactamente el doble de la distancia electoral que realmente hubo entre ambos. Tal desviación en la estimación de la diferencia entre ganador y perdedor se halla en un orden de magnitud similar al de las mayores desviaciones medias que, con esos mismos términos de referencia (distancia entre ganador y colocado), se produjo en las elecciones españolas de este mismo año. Sin embargo, la percepción general es la de que las encuestas estadounidenses han "acertado", mientras que las españolas "se equivocaron".

¿Por qué? Muy sencillo. Porque -desviadas y todo- las elecciones en Estados Unidos arrojan un resultado político cuyo sentido es "casi" el que las encuestas vaticinaban. Es verdad que no ha habido landslide, y, de hecho, los republicanos han mantenido la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Pero la sólida mayoría en votos electorales de Clinton (31 Estados contra 19 de Dole) se lee como una victoria cómoda y contundente.

Pero ello es un factor que )ara nada se relaciona con los elementos técnicos y estadísticos que definen a las encuestas como quehacer profesional. En el fondo, la estimación americana ha estado probablemente afectada por sesgos tan potentes como la española. El potencial de Dole ha sido tan infraestimado como lo fue el del PSOE. Es plausible que lo haya sido por razones estructuralmente muy similares. En efecto, Dole ha podido ser "víctima" de una fuerte espiral de silencio, aquella que se produce en torno al universalmente anticipado como perdedor. Por (sanamente envidiable) suerte para nuestros colegas norteamericanos, sin que ese desenfoque en los pronósticos haya tenido el negativo impacto de opinión que el caso español supuso.

Otro factor merece la pena destacarse. Como antes he señalado, John Zogby realizó el 4 de noviembre una estimación del resultado que se iba a producir de llamativa exactitud. Sin los sondeos de Zogby para Reuters, las "medias" de sondeos que antes hemos comentado arrojarían desviaciones más llamativas. La diferencia entre este profesional y sus colegas es doble. De un lado, como antes se señalaba, se mantuvo al pie del cañón demoscópico hasta la propia víspera electoral, registrando en los últimos días oscilaciones importantes y de sentido inverso: la distancia entre Clinton y Dole se "cerró" desde 13 a 4 puntos entre el 26 de octubre y el 2 de noviembre, para volver a abrirse hasta ocho puntos en la víspera de la elección. Por otra parte, Zogby ha sido el único entre los profesionales de primer nivel que ha defendido el muestreo por cuotas de votantes registrados como demócratas, republicanos e independientes en lugar del muestreo aleatorio que han usado sus colegas. En esta ocasión al menos, los resultados parecen darle la razón. Pero, en todo caso, lo que es importante es destacar cómo hasta las últimas horas se han producido vaivenes en la opinión, y sólo un sistema que, como el de Estados Unidos, no establece restricciones a la publicación ha permitido a los votantes disponer de la información más actual posible. La pervivencia de criterios legales -como el español- que prohíben la difusión de encuestas en los últimos días se manifiesta como un pernicioso anacronismo y una innecesaria cortapisa a los derechos activos de libertad de información.

En fin, una vez más, ha quedado establecido en esta ocasión que, como en paráfrasis de la famosa frase de Winston Churchill ha escrito un colega, Humphrey Taylor, "los sondeos siguen siendo el peor sistema de predecir elecciones, excepción hecha de todos los demás". Felizmente.

José Ignacio Wert es sociólogo y presidente de Demoscopia, S.A.

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