Tres a estilos
Aznar atraviesa la fase aforística de su poder. No, no es nada grave. El aforismo es una manera cómoda de dejar inédita la inteligencia del que lo formula, pero en otros casos es una depuración del pensamiento, la crema de las leches. La fase aforística se caracteriza por una sucesión de sentencias aplomadas cuyos nexos profundos ya los va poniendo la vida. Así surgen: "Había un problema y. se ha solucionado", o Ios puros me los compro yo", o ésta, de elevado dintel estratégico: "Si mueves pieza, muevo pieza". Así surgieron también, en la aforística felipista, aquellas piezas mayores: "Ni flick ni floc" o "dos por el precio de uno". A esa fase la sucede, en un plazo indeterminado, la fase paratáctica. Una sucesión, más o menos afortunada, de aforismos coordinados. Es lo que le contestaron a Juan Benet (según el diario de López Agudín) cuando fue a denunciar ante el alto poder socialista no sé qué corrupción: "La corrupción es el aceite del sistema. Es el lubricante necesario para que ruede engrasado y no chirríe. Sólo hay que vigilar que no rebase un determinado grado. Sólo es cuestión de medir el nivel". El procesó, ya en la madurez del matiz, culmina en la hipotaxis: ese gusto por la subordinación y los nexos explícitos que caracteriza los pensamientos muy cargados (de cualquier cosa cargados). En esa fase lució aquel dulzón y melódico por consiguiente con el que Felipe González creía atar todos los cabos. La catástrofe definitiva de aquel edificio fue descrita, en artículo inolvidable, aquí mismo, por Sánchez Ferlosio: en el discurso felipista ya sólo había nexos ("le arrea por el costado una generosa paletada de cemento dialéctico: 'Por consiguiente...") y sujetaban el vacío. Yo no les voy a engañar, y es verdad que tengo mis dudas sobre si el presidente Aznar superará la fase aforística. Ahora, si algún día llega a/subordinar, santo cielo lo que les espera a la sintaxis y, por consiguiente, a la moral.
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