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31 episodios bajo la ducha

Este recurso de los guionistas españoles tiene en las televisiones foráneas múltiples precedentes. Uno de los más celebrados fue el de Patrick Duffy [Bobby de Dallas], quien no sólo pidió más dinero sino que se pitorreaba en público de su personaje, así que le mataron sin más contemplaciones. No fue óbice para resucitarle un año más tarde, igual de bobo y más limpio: se había pasado 31 episodios bajo de la ducha gracias en una pesadilla de Pamela (Victoria Principal).Nada que objetar. El personaje de Fallon en Dinastía desapareció en un descalabro aéreo y se volvió a encamar, amnésica, en el cuerpo dos tallas más grandes de Emma Samms, por el tiempo en que Falcon Crest entraba directamente en la ciencia-ficción. No todos se saltan el principio de verosimilitud. Véase, por ejemplo, el Teddy Hoffman de Murder One: podían haberlo abducido, pero le han licenciado de la firma de abogados por "asuntos propios".

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Muertos por exigencias del guión

Contra todo pronóstico, Cheers superó bien la desaparición de la inefable Diana (Shelley Long), contrapunto ilustrado y pedante del primario Sam (Ted Danson), a la que le dieron un año sabático para escribir "la tan esperada novela". Y la transición del entrañable Entrenador detrás de la barra [por muerte de Nicholas Colasantel al ingenuo Woody tampoco fue traumática.

A veces se ha cruzado en las series ficción y realidad. Y no hay episodio más poético en la historia de la televisión que el de la desaparición del sargento Sterhaus de Canción triste de Hill Street. Después de una larga carrera como secundario, su intérprete, Michael Conrad, se fue al otro mundo justo en medio de la temporada 83-84, a diferencia de lo que había ocurrido con Jim Davis y Will Geer, el patriarca de los Ewing (Dallas) y el de los Walton, respectivamente, que tuvieron el detalle de morirse en el espacio libre entre temporadas. Forzados a improvisar en poco tiempo, el equipo de Steven Bochco decidió matar también en la ficción al maternal poli.

Pero con una diferencia: en Hill Street, Sterhaus moría en los brazos de su fogosa novia. Sus cenizas eran esparcidas por Furillo y compañía en una calle olvidada. Una barredora mecánica aparecía súbitamente y se llevaba los restos del pobre sargento. Nunca se olvidó Sterhaus de advertir aquello de "tengan cuidado ahí fuera". Pero a él, los guionistas, le trataron bien.

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