Don Pedro
Debo agradecer a don Pedro Schwartz que aludiera repetidamente, en su columna del sábado pasado, a mi libro El planeta americano. No es que me tratara bien, sino que, precisamente por su vehemente desacuerdo y sus amañadas interpretaciones, deja su animadversión al aire. Yo no soy antinorteamericano. No conozco a nadie que habiendo tratado a fondo con norteamericanos o con otras gentes, sean chinos o portugueses, se declare enemigo de los seres humanos según los domicilios. Ésta es una ecuación ignorante, de los tiempos de Maricastaña. Es ilustrativo, de todos modos, que don Pedro discurra por ideas cerriles como Pedro por su calle. Así exhibe mejor su ideología.La finalidad de mi libro no es cuestionar a los norteamericanos, sino al modelo de vida que en Estados Unidos se desprende tras haber triunfado, como en ningún lugar, el liberalismo económico y la divinización del mercado, principios que adora el señor Schwartz y de los que se ha convertido en paladín machacón, no importa a cuántos machaquen sus consecuencias.
Los norteamericanos, en este momento de embate neoliberal, padecen la repartición de la renta más desigual desde las vísperas de la Gran Depresión, sufren una quiebra social reflejada en 1,6 millones de ciudadanos encarcelados (mayor proporción que en la URSS de Stalin) y soportan una vida cotidiana muy empobrecida donde se acentúan el crimen, la desconfianza y la incomunicación. Lo humano está mal en Estados Unidos, aunque algunas cifras encandilen a los económetras. Mi libro es una alerta contra ese encandilamiento. El progreso humano debe tender a la libertad, la justicia, la solidaridad social, y el alegato, sin más, de la eficacia mercantil o del alto producto interior bruto pueden ser pruebas de una alta brutalidad.
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