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La insoportable levedad del querer ser

MARTÍN GALLEGO MÁLAGAEl autor, secretario general de la Energía con el primer Gobierno del PSOE, responde en este artículo al que publicó el pasado lunes Miguel Ángel Fernández Ordóñez y da sus puntos de vista sobre el nuevo marco eléctrico.

Este artículo pretende ser una contestación, amable aunque franca, al publicado por mi buen amigo Miguel Ángel Fernández Ordóñez en este diario el pasado 11 de noviembre, con el título: La insoportable oscuridad del sector eléctrico. Como en él indica que "prácticamente todo tiene que ser consultado preceptivamente a la Comisión del Sistema Eléctrico Nacional (CSEN)", que él preside, me apresuro a manifestar que lo hago a título estrictamente personal, sin que por ello implique que la empresa eléctrica en la que actualmente trabajo se haya saltado dicho precepto.De entrada, quiero discrepar de su afirmación inicial, casi mesiánica: "La regulación eléctrica se pactaba en la niebla en España hasta que, felizmente, se creó la CSEN, que acabó con la oscuridad, obligando al sistema eléctrico a someterse...", y discrepo básicamente, no por el juicio que me merezca la regulación anterior -que también podría hacerlo-, sino porque, entrando al trapo del tono provocador del artículo de M. A. F. Ordóñez, me parece que la CSEN, a diferencia de lo que sucede con los reguladores de EE UU con los que pretende equipararse, ni es en España el organismo regulador (hoy por hoy lo sigue siendo el Ministerio de Industria y Energía, aunque se inhibiera en gran parte en la última etapa del Gobierno anterior) ni es independiente (puesto que a sus miembros los nombra el Gobierno, a propuesta del citado Ministerio). Por ello, creo que para empezar debería ser la Secretaría de Estado de Energía la que dispusiera de las dotaciones muy superiores de medios y personal de que disfruta la CSEN, gracias a un nuevo recargo establecido sobre las tarifas eléctricas.

Indica también M. A. F. Ordóñez, entre las cuestiones importantes sobre las que la CSEN habrá de pronunciarse, no sólo la estructura del sector, tan debatida estos días, sino también si hay que atender la petición de ayudar a las empresas eléctricas españolas en su transición a la competencia.

Pues bien, me parece cuando menos improcedente que desde un cargo público se ponga dicho interrogante, cuando la mayor parte de los lastres que dificultan la competitividad, internacional de las eléctricas españolas se debe a externalidades originadas por justificables decisiones públicas (políticas de apoyo al carbón, al gas, altos tipos de interés, etcétera). ¿O es que M. A. F. Ordóñez cree posible no gradualizar la transición y desertizar comarcas mineras, no repagar el gasoducto del Magreb o poner en peligro la financiación exterior del sector eléctrico?

Respecto a sus ideas sobre la estructura empresarial más adecuada del sector, que tanto ha publicitado, también discrepo. En una industria que avanza hacia la globalización a pasos agigantados su propuesta de muchas eléctricas españolas equivale a que sean pequeñas, y small puede que le parezca beautiful, pero este adjetivo -por otra parte tan desacreditado en España- a lo que ineludiblemente conduce es a que acabemos teniendo en España sucursales de unas grandes eléctricas extranjeras.

Para que las empresas sean más eficientes hay dos enfóques: la competencia ilustrada y la real; lo que sucede es que sólo esta última -y como resultado de las fuerzas del mercado- es la que acaba permaneciendo, mientras que la ilustrada -promovida como en el Reino Unido por ilustres profesores- acaba siendo desautorizada por una realidad que, en tan sólo dos años, ha transformado un impecable esquema intelectual de doce eléctricas inglesas, en cinco eléctricas compradas -o a punto de serlo- por sociedades americanas y otras cuatro adquiridas por otras compañías eléctricas y no eléctricas del Reino Unido; con sólo tres aún independientes.

Pero es que tampoco tendría sentido económico tratar de evitar que las empresas suministradoras de electricidad acaben alcanzando el tamaño que les permita ser más eficientes y proporcionar además, con menor coste y más calidad para los usuarios, otros bienes y servicios. En cuanto a las generadoras de electricidad, unas pocas decenas acabarán imponiéndose en todo el mundo, y cuando escribo este artículo, en aviones y aeropuertos de Latinoamérica, en donde ya se está trabajando en ámbitos de abierta competencia, pienso que, al menos, dos eléctricas españolas podrían formar parte de esa reducida vanguardia, con tal, eso sí, de que dejemos todos de miramos el ombligo y no se pretendan imponer con visiones parroquiales medidas que provoquen el debilitamiento de las pocas estructuras industriales con potencial que quedan en manos españolas. Este desefonque estructural explica, sin duda la actitud de M. A. F. Ordóñez respecto a ENDESA y a sus "intentos de acabar con la independencia de Fecsa y Sevillana", y, como lleva poco tiempo en el sector, no se ha percatado de que las tomas de participación por ENDESA de un 30% -luego 40%- en Sevillana y un 49% en Fecsa se produjeron hace cinco años como reacción empresarial a una fusión Iberduero-Hidrola, que respondía a una estrategia prevalente en las eléctricas europeas y americanas para alcanzar dimensiones y estructuras competitivas hacer además posible, por la actuación de ENDESA, la supervivencia de Fecsa -recién salida de una suspensión de pagos- y el reforzamiento financiero de Sevillana.

Nada pues que objetar hoy a la unión Iberduéro-Hidrola y a nadie se le pasaría por la cabeza que hubiera que hubiera que vigilarlas para que -en contra de la Ley de Sociedades Anónimas)- mantuvieran políticas independientes. Y entonces ¿por qué en cambio a ENDESA, cuyo 65% es propiedad de 40 millones de españoles y su 35% restante de otros 300.000 accionistas de muchas nacionalidades, piensa M. A. F. Ordóñez que le puede poner condiciones que, como él reconoce. serían difíciles de cumplir si todos sus accionistas fueran privados?

Para no alargarme, quiero sólo aludir a la última parte del artículo referido y justificar el título del mío. Señala M. A. F. Ordóñez que "vamos a trabajar en socorro de todos los agentes interesados... contando con la ayuda del conjunto de ciudadanos... ya que desde que se aprobó la LOSEN los españoles no tenemos porqué soportar la oscuridad. Aquí sí que me parece que le han traicionado los años que tiene, porque a mí, que también tengo muchos, ese lenguaje me ha recordado a la épica de Roberto Alcázar o de Pedrín, y me parece que ya ha pasado el tiempo de esas aventuras.

Por ello es por lo que yo también, y con el mismo desenfado, hago este pequeño ruido que, como él dice, "es preferible al silencio de la oscuridad", en este caso de los que puedan no considerar políticamente correcto rebatirle públicamente, aunque tuvieran razones para ello.

En todo caso, como sigo apreciando la capacidad de M. A. F. Ordóñez para generar ideas y admirando su voluntad en defenderlas, espero que encajará mis modestas discrepancias con espíritu deportivo y sin que dejemos de ser amigos, incluso aunque reconozca que el título de mi artículo me lo inspiró el del suyo y el del libro de Milan Kundera, que -aunque recuerda que Parménides se pronunció porque la levedad es positiva frente al peso, que es negativo- no dudó en titular su obra La insoportable levedad del ser, que es, a su vez, mucho más soportable que la del querer ser.

Martin Gallego Málaga es economista e ingeniero.

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