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Tribuna
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África

El mundo atiende sus contradicciones, se afana en asuntos de prosperidad, tasas de inflación, de déficit público, de tecnología y desempleo. En su extremo, ocupando una reserva de 30 millones de kilómetros cuadrados, yace un enfermo terminal excluido de los cálculos.El continente africano ha seguido una deriva de destrucción que los indicadores son incapaces de abarcar. Mientras la globalización del mundo manda pensar en términos económicos, África es el paroxismo de una humanidad inmensurable. Una vez establecido el reino de la globalidad, el planeta descubre un parque temático donde la especie enseña los espectáculos de la inanición masiva, las matanzas tribales, las epidemias y la crueldad ancestral. Espectáculos extraordinarios para las cámaras, reality-shows de enormes proporciones, imágenes de desolación que multiplican por millones el horror que se filma en las calles de Occidente.

Cada país tiene un trozo de Africa en su interior, un doméstico remedo de ese yacimiento que arroja toneladas de pavor. Europa se repartió su gran mundo como un solar en la Conferencia de Berlín de 1885 y se desprendió de él tras la Segunda Guerra Mundial. Lo apartó de sí como una excrecencia que sólo merecía atención en cuanto depósito de materias primas o escombrera donde se han volcado los saqueos sin la menor protesta. África carece de voz; tiene rotas las amarras con la totalidad y navega con un rumbo extraorbital especializado en fantasmas. Se la puede estrangular sin que se escuche un grito, puede desplomarse sin que las bolsas internacionales acusen la menor vibración. Su gran aporte es servir, a intervalos, mediante ayudas de caridad episódica, como un lavadero donde blanquear las almas o como un charco donde reflejar con precisión los espantos de la propia conciencia.

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