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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Puente de izquierda

EL RECIÉN constituido Partido Democrático de la Nueva Izquierda (PDNI) se ha propuesto sin duda una atrayente y al tiempo dificil tarea: ser nexo de unión entre el PSOE e Izquierda Unida. Pero es posible que el momento escogido por Nueva Izquierda para transformarse en partido político y empezar a actuar como tal sea el más propicio. Izquierda Unida, coalición a la que pertenece, da crecientes signos de agotamiento. A los problemas de liderazgo que padece, con un Julio Anguita que tiende a actuar más como secretario general del PCE que como coordinador de la coalición, se añaden las cada vez más tensas relaciones con Iniciativa per Catalunya, el socio catalán que lidera Ribó. De otro lado, el actual escenario político nada tiene que ver con el anterior a las elecciones del 3 de marzo. La victoria electoral del Partido Popular fuerza a las formaciones que se reclaman de la izquierda -PSOE e Izquierda Unida, fundamentalmente- a normalizar sus relaciones y a buscar espacios de entendimiento, si no respecto de cuestiones centrales como la OTAN o Maastricht, sí al menos en el ámbito de políticas concretas más directamente relacionadas con los ciudadanos. Y esto al margen de químicas, fobias o filias entre dirigentes.La constitución de la corriente más dinámica e innovadora de Izquierda Unida en partido político le otorga, en principio, una mayor capacidad de iniciativa y de influencia en el interior de la coalición frente a un PCE que no renuncia, sino todo lo contrario, a monopolizarla y a marcar hegemónicamente su derrotero. En segundo lugar, una mayor capacidad de maniobra en el exterior de la coalición, en el sentido de poder establecer relaciones propias con otras formaciones de izquierda, especialmente el PSOE, y, de explorar espacios comunes de diálogo y de colaboración.

El principal objetivo del recién nacido PDNI en su congreso constituyente es el de crear una dinámca de convergencia de toda la izquierda como alternativa a la política del PP. Ese espacio agrupa a la mitad del electorado, pero la política de Anguita, que declaró al PSOE enemigo principal -algo de lo que se benefició el PP y que costó a IU alguna derrota estrepitosa como la de Rejón en Andalucía-, hace inoperante como alternativa esa mayoría social. El nuevo partido aspira a convertirse en un foco interno de alternativa a ese sectarismo inoperante, pero ello no significa que tenga fácil el acuerdo con los socialistas. Éstos saben de sobra que sólo podrán volver a gobernar con un programa - de centro-izquierda capaz de atraer a sectores de las clases medias que verían con recelo su alianza con Izquierda Unida aunque Anguita no fuera su líder. Asuntos como una política de defensa basada en la OTAN y prioridades como las marcadas por el proyecto de- Maastricht forman parte sustancial de ese programa, y ahí es difícil por ahora el acuerdo, no ya con los dirigentes, sino con los votantes de IU.

De ahí que el nuevo partido se vea obligado a desempeñar un doble papel: el de estimular una coincidencia con los socialistas en la oposición -en campos como la defensa de la tolerancia y el Estado del bienestar-, en la esperanza de arrastrar a esa política unitaria a las bases de IU, hoy más bien reticentes, y el de intentar, mediante esa colaboración, modificar también la relación interna de fuerzas dentro del socialismo a favor de una estrategia de unidad de la izquierda diferente a la defendida por el sector mayoritario de ese partido. O sea, que unos renuncien a la teoría de las dos orillas y los otros a la de la casa común.

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