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Un gracias a los lectores

Juan Arias

Concluido mi mandato como defensor del lector, me toca hoy despedirme. Y lo hago agradeciendo a los lectores, empezando por los más críticos, la ayuda que me han prestado para intentar mejorar un diario que ellos consideran como algo propio; y con razón.Sé que más de uno, de los miles que me han escrito y de otros tantos que me han llamado por teléfono ' no estuvo conforme con el modo en qué traté sus quejas, y hasta me han acusado a veces de haber sido demasiado condescendiente con los compañeros en error. Al mismo tiempo me imagino que, por el contrario, más de uno de mis compañeros y superiores a quienes tuve que pedirles cuentas de las quejas de los lectores habrá pensado para sus adentros que más me hubiera valido escuchar un poco menos a esos "pesados" de lectores. Pero la verdad es que, si lo pensaron, nunca me lo recriminaron.

En estos años de relación cotidiana con los lectores, incluso con los más airados, he aprendido muchas cosas. Por ejemplo, que podemos aún mejorar el periódico, que sigue saliendo a la calle con más errores de los deseados, y que no siempre somos lo cuidadosos que deberíamos a la hora de redactar, titular, poner un pie de foto o controlar una noticia. He aprendido que en tantas ocasiones los lectores nos dan lecciones de cómo deberíamos amar nuestro oficio y cuidar el producto que les ofrecemos cada mañana, dado el aprecio y a veces hasta la admiración que ellos tienen por nuestro trabajo.

He advertido el mucho crédito que nos dan muchos lectores. Son incontables los que empezaban sus cartas o sus llamadas de teléfono diciendo: "Yo compro EL PAÍS desde el primer día". Uno me puntualizó: "Desde el segundo día, porque el primero estaba en Asturias y se había agotado".

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He podido constatar que nuestros lectores, los de la primera hora y los que se han ido agregando a lo largo del camino, nos exigen sobre todo dos cosas: que no nos dejemos arrastrar por el llamado periodismo amarillista (lo cual no significa que no nos exijan que sepamos modernizarnos, ser interesantes y estar atentos a todo lo nuevo que germina a nuestro alrededor) y que no les ocultemos ninguna noticia por miedo a perder protección de los diversos poderes ficticos.

Después, es evidente que cada uno, de l6s lectores preferiría que insistiéramos más en unos temas que en otros. En estos dos años he intentado explicar a los lectores que cuando un periódico es leído diariamente por más de un millón de personas, es normal que los gustos. sean muy diferentes y que, aun con toda la buena voluntad de la dirección, es imposible complacer a todos. Pero estoy seguro de que las quejas y sugerencias de los lectores, transmitidas puntualmente a, quienes tienen la autoridad. para intervenir, no habrán caído en saco roto.

Sobre todo, una queja tan concreta que ha absorbido casi el 50% de cartas y llamadas: la exigencia de un diario mejor escrito. Más de un lector ha subrayado al respecto que no le consuela el que otros diarios importantes a nivel europeo tengan tantos o más errores que EL PAÍS, porque consideran, que el primer diario de lengua castellana del mundo debe responder, en este asunto, a las justas expectativas de sus lectore.El corazón dé los lectores

Gabriel García Márquez acaba de aguijonear a los periodistas con un artículo publicado el domingo pasado en este diario. El escritor colombiano ha llegado a calificar a las modernas redacciones de los diarios de "laboratorios asépticos para navegantes Solitarios donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores". No le falta razón, porque habrá, sin duda; quien, agarrotado por la tiranía de, la tecnología, acabe sucumbiendo a, la tentación de desentenderse del !'corazón de los lectores". Aunque en general puedo dar fe de que, por lo que se refiere a este periódico (que cuenta desde hace 11 años con un Defensor de los Lectores), a pesar de sus muchas deficiencias, se trabaja en él con ahínco, respeto y profesionálidad, pensando en los lectores. Nadie azuza a los redactores, y menos por motivos de mercado, para que aflojen en esa tensión ética que, como gráficamente dice el autor de Cien años de soledad, "debe acompañar al periodista como el zumbido al moscardón".La provocación de Borges

Para concluir, mi deseo es que los lectores sigan vigilándonos para que no nos durmamos en los laureles, porque. sin ese. acicate, por doloroso que a veces pueda resultamos, seguramente haríamos un periódico peor. Y que al mismo tiempo no olviden que nuestro oficio no es ni mejor ni peor que los demás y que está sometido a las miinas presiones y compromisos de cuantos trabajan en esta sociedad competitiva y mercantilizada. Y que no somos -como alguien puede seguir creyendo- el ombligo del poder del mundo. Por eso, y para desmitificar un poco nuestra tarea, quiero recordar aquí una declaración hecha por Borges a la prensa. Dijo un día el poeta invidente a un grupo de informadores: "En épocas importantes para la humanidad -la cultura griega no era nada despreciable- no había periódicos. Y no creo que Platon fuera inferior a un vespertino. Yo no he leído un periódico en toda mi vida. En un diario, por lo general, se escriben noticias, desde luego, tontas. ¿Qué importa que un ministro viaje o no? De las cosas realmente importantes uno se entera de igual modo. Por ejemplo, cuando el hombre llegó a la Luna lo supe sin necesidad de leer el diario. No se puede saber de antemano cuáles son los hechos trascendentales de cada día. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió". (Esteban Peicovich, Borges, el palabrista, Anaya. & Mario Muhinick Editores).

Se trata de una aparente paradoja para un personaje como Borges, de quien sería difícil decir si fue mejor lector que escritor. Pero al poeta argentino le encantaba provocar a los periodistas. Su mensaje irreverente era simbólico, como su prosa y su poesía. Lo que probablemente quiso decir en este caso fue algo así como: "Vosotros, los periodistas, si queréis que os leamos, ofrecednos noticias interesantes, no manipuladas; que valgan la pena y que estén bien escritas. De lo contrario, mejor que nos enteremos de ellas en la calle".

¿No es esto lo que, a fin de cuentas, me habéis pedido con vuestras quejas? Quejas que, estoy seguro, seguiréis planteando a quien tome mi relevo como defensor de vuestros derechos de lectores.

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