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CICLISMO / CAMPEONATO DEL MUNDO

Lugano corona al mejor clasicómano

El belga Johan Museeuw se aprovechó de las peleas internas de los rivales para ganar el Mundial

Carlos Arribas

En ciclismo, no hay nada como Ser bueno. Si además se sabe estar en el sitio preciso en el momento adecuado, todo lo demás sobra. La táctica, el equipo, el tiempo y el recorrido. Los hay buenos en carreras por etapas. Está Induráin, maestro de maestros en la cuestión. Están los derrotados de ayer: Virenque, Leblanc, Jalabert, Riis, Zülle (que se cayó en un avituallamiento), Rominger, Olano (que abandonó)... Y los hay buenos en carreras de un día, en las grandes clásicas. Está Johan Museeuw. El mejor de ellos. El belga que ayer cumplió 31 años y al que le faltaba la clásica más importante. La que le permitirá vestir durante un año el maillot arco iris, el símbolo de su poder. Y como una suerte de justicia del destino habrá que entender su claro y pulcro triunfo en el selectivo circuito de Lugano.Fue limpio y preciso como una operación quirúrgica. De repente fue como si se sintiera transportado a la dura primavera belga, a los repechos y muros de su tierra flamenca. Con su clase y su fuerza, Museeuw convirtió una jungla en un quirófano. Supo desbrozar su camino triunfal en el maremágnum en que había convertido la carrera la espesura táctica de franceses, suizos, daneses e italianos; es decir, sus peleas internas, sus luchas de clanes: el fin del ciclismo por equipos. Logró, con su sabiduría, llegar a su escenario ideal: encontrarse solo en el momento decisivo junto a un hombre más débil que él, Mauro Gianetti.

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Sólo hubo una selección cohesionada, la española. Nunca fueron protagonistas de la carrera, pero los 13 de Pepe Grande, sin ningún líder para quien conducir el pelotón, estuvieron delante hasta que las fuerzas les dieron de sí. El más resistente -como siempre, Fernando Escartín- fue el que más lejos llegó. Nunca tuvo posibilidades de intentar ganar, pero terminó 14º. Los demás países, las grandes potencias, fueron el caos que permitieron que luciera como casi nunca la inteligencia táctica de los belgas. Sin apenas equipo, la selección dirigida por Eddy Merckx se llevó la mejor parte: el triunfo de Museeuw y el cuarto puesto del hijísimo, Axel Merckx. Dura lección a la prepotencia de los grandes que anunciaban que iban a comerse el mundo.

El sabio Giancarlo Ferretti, el que dirigiendo al MG ha elevado la fuga a la categoría de arte, parpadeó cuando le dijeron que la Squadra Azzurra olvidaba el catenaccio y jugaría al ataque: todos a infiltrarse en las escapadas que se produjeran. "Me parece muy bonito", respondió. "Pero, ¿qué pasará si en la fuga buena no se meten los buenos italianos y nos toca trabajar para tirarla abajo favoreciendo a los rivales?". Profeta Ferretti.

El ambicioso Luc Leblanc, conociendo las ambiciones similares de Jalabert y Virenque, parpadeó y dijo: "Muy bien, pero que no cuenten conmigo. No trabajaré para ellos". Lo mismo pensaban Jalabert y Virenque: no trabajarían para que ganara otro. Otro tanto se vivía en el campo suizo, sólo que allí, ya que jugaban en casa, llegaron a un compromiso similar al que dio nacimiento a la Confederación Helvética: ya que había cuatro tipos con aspiraciones, se dividiría la selección en clanes. Dos hombres para Gianetti, dos para Rominger, dos para Zülle y dos para Dufaux. Así, las tácticas de los fuertes: trabajo a destajo, pero para matarse entre ellos. Así, la carrera. Viva la paradoja.

10ª vuelta. Kilómetro 155 (faltan 97). Pocos kilómetros después de que las asas de su bolsa de avituallamiento se enredaran en las ruedas de Zülle, provocando su caída como un saco, Virenque y Gianetti deciden que es el momento de actuar. En el descenso del Comano -el primero de los dos repechos que había que subir en cada Vuelta-, Hervé (compañero de equipo de Virenque) lanza la china para salpicarse él solo. La idea era buena, pero los resultados, catastróficos. A su rueda se van 11, entre ellos los muy peligrosos Gianetti (con sus dos hombres de confianza, Puttini y Camezind) y Museeuw; también dos italianos, pero como temía Ferretti, de los malos; otro francés, un español (Cuesta), dos daneses (también los malos) y un alemán. Inmediatamente, el pelotón se bloquea: necesita evaluar el significado. Inmediatamente, tres minutos de ventaja. El Mundial empieza a decidirse. Comienza la locura.

Cuando atrás se den cuenta de que, como arena entre las manos, se les escapa la carrera, el miedo invade todas las voluntades. A nadie le interesaba la fuga, pero el convenio fue imposible. Se tuvo que pasar bien Ramontxu González Arrieta de espectador. En la vuelta 11ª vio a Jalabert como loco intentando formar un segundo grupo reducido y chocando con los intereses de Virenque; en la 12ª fue el turno, también a solas, de Leblanc, y también de Rominger. Luego pareció que la cosa se ordenaba. Delante, Camezind se mataba por Gianetti y sólo él mantenía viva la fuga. Por detrás, la poderosa armada italiana (diálogo de capitanes entre Bugno y Chiapucci: se nos escapan) se puso en funcionamiento. Bugno, Chiappucci, Rebellin, Pistore organizaban la caza. Virenque se infiltra con ellos. Italia tira de todos los favoritos descolocados contra una fuga en la que van dos de los suyos. Eso es ciclismo.

Cuando termina la vuelta 13ª parece que Italia tiene razón y que el fin de los fugados está cerca. Camezind revienta y la ventaja baja por debajo del minuto. De los 12 solo quedan cinco. Entonces, subiendo el Comano, Museeuw siente que su momento ha llegado. Faltan 32 kilómetros para la meta. Todo o nada. Museeuw ataca. Sólo Gianetti aguanta su rueda. El dúo colabora: uno de los dos ganará al Mundial. Coincidiendo con la dispersión delantera, detrás, desesperación. Sólo en esas circunstancias Andrea Tafi, el caballo loco italiano, sabe moverse. Ataca y se va solo. Italia se desorganiza, los demás se quedan parados sin la escuadra que les guiaba: lucharán por el bronce. Más loco que nunca, Tafi se vacía en la persecución imposible. Los dos de delante se juegan la victoria: Gianetti, que se sabe más lento, también se sabe impotente para dejar a Museeuw en la última Crespera al modo en que Coppi ganó el mundial de 1953. Se resigna a quedar segundo. Museeuw, sin equipo, no aprovechó las circunstancias: las forzó para que el viento soplara sólo a su favor. Como los campeones. Por fin, algo de lógica en la temporada loca: el mejor especialista ganó la mejor carrera el día de su cumpleaños.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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