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La casa en orden

Sintieron tanta envidia por el éxito de los socialistas y se aplicaron tan concienzudamente a imitarlo que, al final, han venido a ser como su calco. El Partido Popular acaba de cerrar los congresos regionales con sus dirigentes cosechando en todos los casos más del 95% de los votos, como le ocurría al PSOE en sus buenos y no tan lejanos tiempos. Y, como pasó también con el PSOE, si algún dirigente regional tuvo que ser descabalgado, la tarea corrió a cargo de Madrid. La defenestración de Vidal-Quadras en 1996 recuerda formalmente la de Escuredo en 1984: en ambos casos, las agrupaciones regionales se limitaron a obedecer el mandato de la dirección central del partido. Ninguna renovación, si no viene de arriba, era y es la consigna.Esta unanimidad en lo orgánico se acompaña de un similar vaciado en lo ideológico. Las palabras fuertes, las que identifican una posición y acompañan un proyecto político, ceden el paso a la irrelevancia de un lenguaje neutro. Cuando Felipe González reclamó para su partido lo que llamaba una vocación mayoritaria, introdujo en el lenguaje socialista conceptos como modernización, estabilidad, tranquilidad, ajenos por completo a su centenaria tradición. El PSOE era el partido capaz de modernizar España porque era el único que podía devolver la tranquilidad garantizando un Gobierno estable. Curiosamente, sobre estos tres conceptos ha montado el PP su nuevo discurso y, venga o no venga a cuento, ministros y presidente responden siempre a todas las preguntas con idéntica cantinela. El PP, dicen, ha conseguido devolver la tranquilidad y la estabilidad al país, lo mismo de lo que presumía el PSOE después de aquellos nervios de UCD. Hasta en el gusto por los prefijos se parecen: donde los socialistas decían "desdramatización", hay que "desdramatizar", los populares dicen "descrispación", hay que "descrispar".

Siendo en organización y lenguaje tan parecidos, ¿cómo no habrían de serlo también en el folclore festivo de los acontecimientos multitudinarios? Unánimes en lo orgánico y vacíos en lo ideológico, el único recurso para mantener encendida la llama del ardor partidario es darle caña al adversario. Dale caña a la derecha, Alfonso, se convirtió en el clamor más excitante de los mítines socialistas. Y Alfonso hacía como que se llevaba la mano al bolsillo de la chaqueta para sacar algún papel que demostraba lo ladrona que era la gente de derechas desde antes de nacer. ¡Ah, si yo os contara!, decía. Alfonso, claro está, hablaba como dirigente del partido, no como miembro del Gobierno, en el que oficiaba de oyente. Ahora, con las posiciones invertidas, la caña se la van a dar al PSOE y el encargado de la faena, que es también por la mañana vicepresidente del Gobierno y actúa por la tarde como amo del partido, alardea de frases ingeniosas, y hace. ademán de guardar en el bolsillo algún papel que, si lo diera a conocer, ah, si lo diera a conocer, la que se armaría. Pero no, tranquilos; no dirá nada porque hay que descrispar.

Partido unánime, lenguaje vacío y vice lo que sea con la Iengua sacada a paseo: el proceso de transición, de partidos de movilización a partidos de empresarios de la política ha adquirido entre nosotros rasgos tan peculiares y se ha producido en un tramo tan corto de tiempo que la gente está como desconcertada, incapaz de identificar a los suyos. Las ideas se cambian porque así lo ordena el núcleo dirigente, no porque se haya producido un debate entre afiliados. Por no haber, no hay luchas por el poder, minorías y mayorías cambiantes. Todo eso connota inestabilidad y suscita intranquilidad; nada de eso es moderno. Lo moderno es que, al finalizar los congresos regionales, Aznar pueda jactarse de tener la casa en orden, igual que González en 1981. Pero, cuando se pasa al interior, la casa está fría y no hay más que las voces truculentas de Álvarez Cascos para darle un poco de calor. Es lógico que el público comience a mirar hacia otro lado.

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