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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Major, contra la marea

EL OLOR de la derrota hace milagros, pero quizá los conservadores británicos necesiten algo más. Han logrado salir de su congreso anual, en Bournemouth, al menos con una apariencia de unidad y con ganas de luchar. ¿Será suficiente para colmar la enorme distancia electoral que, según los sondeos, les separa de los laboristas de Tony Blair? Probablemente no, aunque la pregunta básica sólo tendrá respuesta antes de mayo próximo, fecha tope para las elecciones generales.Tras 17 años en el poder, los conservadores reflejan un natural desgaste, engrandecido por la recuperación de un laborismo más centrado y renovado. La estrategia de crítica del adversario laborista en que ha caído un orador tras otro en este congreso ha producido la impresión de que son los laboristas los que están en el Gobierno y los conservadores en la oposición. Algo que, en último término, favorece a los adversarios.

Aunque el congreso vino precedido de ciertas escaramuzas por p arte de los euroescépticos, las disensiones sobre el tema europeo, y en particular la participación británica en la moneda única, han quedado relativamente ocultas. La doctrina que ha calado es la oficial de "esperar y ver", como si los políticos conservadores británicos no se creyeran del todo que el euro va a llegar o confiaran en que, si llega ese día, sus votantes, el pueblo británico y los euroescépticos, como ya lo, hace la City financiera de Londres, cambiarán de opinión. En su discurso de ayer, Major pasó sobre este tema como sobre ascuas, con lo q ue nos quedamos sin saber de verdad qué es lo que piensa Major, más allá de querer conservar el poder.

No obstante, los eurorrealistas -que no euroentusiastas- conservadores han recobrado una cierta iniciativa. El canciller del Exchequer, Kenneth Clarke, no solo abordó el jueves esta cuestión con valentía europeísta, sino que renunció a una bajada electoralista de los impuestos. Y fue muy aplaudido por los congresistas, más que un, euroescéptico como Michael Portillo. Alemania está echando una mano a estos moderados europeístas, reclamando a Londres que entre de lleno en el juego europeo, un llamamiento no exento de interés, pues las elecciones británicas se celebrarán cuando esté en plena negociación la conferencia intergubernamental para la reforma del Tratado de Maastricht.

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Si la cuestión europea no les reportaría más que fastidios, los conservadores tienen una bandera esencial que esperan les haga recuperar terreno: la buena marcha de los indicadores macroeconómicos de crecimiento, empleo e inflación. Con el añadido de su gestión en materias como la sanidad, la educación o el bienestar, junto a los valores de la familia, la ley y el orden, el discurso de los tories pretende recuperar parte del contenido y forma thatcherianos. Con vistas a las elecciones, el Partido Conservador se escora así a la. derecha y desguarnece un centro que Tony Blair intenta ocupar. Major se desmarca de otras estrategias imperantes, desde la de Clinton en EE UU a la de Aznar en España.

Como al santo, los conservadores pasean de nuevo a Margaret Thatcher, a la que despiadadamente -pues éste es un partido políticamente cruel con los suyos- retiraron de la jefatura del Gobierno en 1990 ante el peligro de perder las elecciones. Esta vez no parece haber recambio. El candidato será John Major. Y los conservadores irán convenientemente unidos tras él. Las urnas dirán si los tories han cometido así un error de táctica o si, por el contrario, John Major Vuelve a mostrar el talento para la supervivencia política que sin duda posee, y sin el cual no habría aguantado a la cabeza de un partido como el suyo.

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