200 vecinos 'okupan' una casa deshabilitada en Fuencarral
Que la unión hace la fuerza es un dicho, y en este caso un hecho. Porque más de 200 vecinos del pueblo de Fuencarral le han plantado cara este fin de semana al Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima), al que reclaman desde hace un año un local donde reunirse. El sábado comenzaron la guardia frente a una casa baja deshabitada y que pretenden convertir en sede de su agrupación vecinal, La Unión de Fuencarral.
La paciencia de los vecinos con el Ivima ha tocado fin. Lo contaba hace dos días el presidente de esta agrupación, Manuel Oviedo: "Hasta aquí hemos llegado. Desde que nos asociamos venimos reclamando, por escrito y siempre por las buenas, a este organismo un local donde poder reunirnos y organizar toda nuestra actividad. Pero siempre hemos recibido una contestación negativa".La Unión de Fuencarral fue creada en el verano de 1995, y como único lugar de reunión para los 600 socios dispone de la iglesia de San Juan María de Vianney. "Siempre hemos contado con la generosidad y la ayuda del párroco, pero es un sitio provisional, porque no siempre podemos reunirnos allí. Por eso le exigimos al Ivima un local que esté vacío. Aquí en el barrio hay muchas viviendas desocupadas", explicaba este portavoz.
Y a una de estas casas de una sola planta, que encierran tras sus muros 40 metros cuadrados, le echaron el ojo los vecinos del poblado B. Meses y meses merodeando frente a la puerta tabicada por el Ivima, en el número 19 de la calle Mansilla, hasta que al fin el sábado por la mañana se decidieron a asaltarla.
Con la ayuda de un martillo, unos pocos vecinos echaron abajo el muro de entrada y colocaron pancartas. Enseguida fue llegando refuerzo, tanto policial como vecinal. Media docena de vehículos de la Policía Nacional vigilaron de cerca los movimientos de unas 200 personas que gritaban al Ivima: "Queremos un local". Ente las voces se mezclaban niños y adultos.
Los primeros miraban y asentían con la cabeza lo que hacían y decían los mayores. Una niña, nacida hacía tan sólo cuatro años en el barrio, pedía con voz muy tímida, una "casita".
Mucho más contundente era el tono empleado por Antonio Sáez, de 74 años, que recuerda cómo le salieron los dientes y también las canas en el barrio: "Soy de aquí, y creo que es una injusticia lo que hacen con nosotros. Ya es hora de que nos escuchen y dejen de darnos largas. Necesitamos un simple local, donde poder organizar como vecinos nuestras actividades. Nada más".
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