Rapados
En buena medida hemos llegado a un tiempo en que mucha gente común de este hemisferio se encuentra abastecida de casi todo. La casa está provista de los electrodomésticos y aparatos electrónicos que se anuncian, de los surtidos simbólicos que han promovido el mercado y el fuerte juego de las apariencias.Hay más artículos de los necesarios, más artefactos de los que se usan, más transistores o magnetófonos de los que se escuchan. Se puede seguir comprando productos que mejoren los' anteriores pero apenas mejoran la satisfacción. Pronto otras innovaciones dejarán viejos los nuevos y la vanidad de la sustitución se ha revelado lo bastante trivial como para seguir añadiéndole modelos.
El consumo ha empezado a consumirse a sí mismo y el paraje ideal a fin de siglo no es aquél atiborrado de cosas, sino otro donde el espacio cuenta más y en donde el habitante prefiere sentirse más amo de su entorno y de su- cuerpo. Hasta el pelo, con la moda al cero, es un signo trivial de la tendencia a la desposesión.
La pureza de la tradicional casa japonesa está directamente relacionada con el arte de no tener más que lo imprescindible y de vivir en directa. amistad con lo sucinto.
Siguen las incitaciones a consumir pero el tiempo de consumo se revela a estas alturas como una patología asociada al tanteo de una identidad que no logra acertar consigo misma. El desempleo de tantos seres humanos, la creciente visión de la escasez en millones de hectáreas del planeta, el fin de la ilusión que el consumo simulaba impulsa a una vida más simple y desprovista; una especie de nueva ecología exterior y doméstica de donde asciende la idea de una existencia más diáfana y saneada. El 2000 nos espera calvo y mondo al final de este desmantelamiento superior.
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