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Young González

La rueda de prensa dada anteayer por Felipe González al concluir la reunión de la Ejecutiva socialista significó su regreso oficial a la palestra como líder de la oposición parlamentaria; pese a que la situación procesal del secretario general del PSOE en el caso GAL continúe todavía pendiente de una decisión del Supremo, resultaba imposible mantener por más tiempo una tregua difícil de justificar intrínsecamente y perjudicial para el funcionamiento del sistema democrático. El horror de la naturaleza al vacío explica que el hueco opositor dejado por el PSOE haya sido ocupado por las críticas públicas de antiguos seguidores o simpatizantes del PP; el frío ambiente del mitin organizado el pasado viernes por el Gobierno para reforzar con un baño de multitudes el ego de su presidente mostró que la decepción ha llegado a su militancia.En los debates parlamentarios sobre los escándalos políticos que salpicaron al Gobierno socialista durante la pasada legislatura, Aznar infligió severos castigos dialécticos en tanto que líder de la oposición al presidente González. El cine negro americano nos ha familiarizado con la estampa del viejo campeón sobrado de años, pasado de kilos y falto de entrenamiento que es zurrado sin piedad por el aspirante al título hasta hacerle besar definitivamente la lona. Con el cuello hundido entre los hombros, arrinconado en las cuerdas y parapetado tras los guantes, Felipe González consiguió resistir hasta el último asalto y perdió el combate electoral a los puntos por menos de 300.000 votos; al recordar aquellas encarnizadas veladas parlamentarias, Aznar tal vez llegue a compartir la admiración respetuosa de Young Sánchez -el joven boxeador del cuento de Ignacio Aldecoa- por la capacidad sobrehumana de los fajadores veteranos para encajar impávidamente los golpes secos sobre su rostro sin dejar entrever un solo síntoma de flaqueza, agotamiento o desánimo.Inaugurado el actual Parlamento con el versallesco minué de Felipe González en el debate de investidura de Aznar, los intercambios entre los socialistas y los populares habían sido hasta ahora de guante blanco: lejos de acosar al partido en el poder, el PSOE parecía incluso renuente a salir de su rincón para ocupar el centro del cuadrilátero. Con añoranza tal vez de la furia y el ruido de la pasada legislatura, algunos espectadores embanderados con el PP y de bronco temperamento han comenzado a silbar a los boxeadores acusándoles de tongo; la falta de combatividad de Aznar para tumbar a los socialistas con la desclasificación de los papeles del Cesid ha sido interpretada por ese encolerizado público de la platea como la señal segura de que el combate ha sido amañado.

Pero ni el boxeo se agota con la imagen carnicera de un cuerpo a cuerpo aprovechado por un púgil marrullero para machacar los flancos y abrir las cejas de su contrincante, ni las intervenciones parlamentarias de un líder de la oposición tienen que revestir necesariamente la saña homicida de la que hizo gala Aznar durante la anterior legislatura. En la década de los treinta, Panamá Al Brown revolucionó el mundo del boxeo con una singular aleación de técnica, potencia e inteligencia: su juego de piernas le permitía mantener la distancia y bailar a los adversarios hasta agotarles y dejarles listos para el K.O.

En su entusiástica biografía del más formidable campeón mundial del peso gallo de la historia, el pintor Eduardo Arroyo resume el secreto de sus éxitos: ese tipo de boxeador es un psicólogo capaz de engañar a sus contrincantes para hacerles creer en la inevitabilidad de su victoria y cazarles luego de improviso con un directo a la mandíbula o un gancho al hígado. El tiempo dirá si Felipe González ha seguido hasta ahora una táctica parecida a fin de conseguir que Aznar se confíe y baje la guardia o si el secretario general del PSOE se halla prisionero de las expectativas procesales nacidas de la instrucción de los sumarios relacionados con el caso GAL.

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