_
_
_
_
Tribuna:LOS NACIONALISMOS EN EUROPA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paradojas corsas

Para entender la evolución sangrienta del terrorismo corso es necesario subrayar dos singularidades del movimiento nacionalista de la isla. La primera es que los terroristas están enfrentados a un Estado, el francés, en el que los emigrados de la misma isla desempeñan funciones muy importantes, sobre todo en el Ejército. La segunda, que los hechos recientes más graves no se deben a una agudización del conflicto con el Estado, sino a la lucha fratricida entre nacionalistas.El nacionalismo, surgido en los años sesenta, hacía referencia a la historia del siglo XVIII para justificar su combate. Los genoveses, al no poder someter a los corsos rebeldes, vendieron la isla a los franceses (1767), y éstos la ocuparon militarmente. Según tal análisis, Córcega es un clásico territorio sojuzgado. Sin embargo, la población local, lejos de quedar sometida al yugo extranjero, ha emigrado mucho a Francia para emplearse en la Administración e integrarse plenamente en el Estado conquistador.

No fue, como se suele creer, Napoleón Bonaparte, hijo de un corso que había luchado contra los franceses, quien favoreció esta emigración, sino su sobrino, que accedió al poder en 1851 con el nombre de Napoleón III. Bonaparte desconfiaba de los corsos, porque sabía que algunos clanes podían traicionar a Francia, como ya lo habían hecho en la Historia. Su sobrino, en cambio, para rememorar sus lazos con el emperador, quiso difundir la idea de que los corsos eran los continuadores de la leyenda imperial y les incitó a alistarse en los servicios del Estado. A partir de esa época, los isleños ocuparon diversos puestos de responsabilidad pública (en el Ministerio del Interior, en las aduanas, en la administración colonial, etcétera) y alcanzaron los más altos cargos de la jerarquía. Así, la gran paradoja es que los nacionalistas están combatiendo contra un Estado donde los corsos que emigran desde hace más de un siglo sujetan algunas de las principales riendas.

¿Por qué escogieron, esas profesiones? Córcega era una sociedad mediterránea en la que, como en el Magreb, los hombres iban armados, y ese hábito se ha prolongado en el tiempo, porque el acuerdo de rendición de 1767 dejaba a los autóctonos el derecho a conservar sus armas. En las demás regiones de Francia, a los campesinos no se les reconoció tal derecho, pero la sociedad tradicional corsa era muy violenta, por estar dividida en clanes rivales, y hubo que dejar a los hombres la posibilidad de defenderse. Las reyertas política entre clanes dominantes y dominados son una de las causas, aparte de la pobreza de una isla sin grandes recursos, naturales, que empujaron a muchos isleños a abandonar su tierra.

No obstante, los emigrantes siguieron teniendo relaciones muy estrechas con los habitantes de la isla, gracias sobre todo al sistema del voto por correo. En efecto, buena parte de los corsos de la Francia metropolitana confian sus votos a los de la isla, lo que permite que perdure la influencia de los clanes y en particular de sus jefes, que manejan las papeletas. El número de votos por correo ha disminuido tras una reforma realizada en 1991, pero todavía es notable.

Los corsos juegan, pues, un papel muy relevante en la vida política francesa, tanto en los ministerios como en los partidos, aunque no todos lleven apellido corso, dado que en Francia no se emplea el apellido materno. Es el caso, por ejemplo, del señor Léotard, presidente de la UDF; del señor Charasse, amigo personal de F. Mitterrand y ex ministro; del señor Pasqua, ex ministro del Interior, o del señor Tiberi, actual alcalde de París. Un tercio del Gobierno de Edouard Balladur, entre 1993 y 1995, estaba compuesto por personas de raíces corsas. Por eso, cuando se produce un aten tado, siempre hay al guien en el Ministerio de Interior o cerca del jefe del Estado para abogar en favor de la negociación o pedir más ayudas económicas para la isla. Ello explica que el Gobierno no actúe, o actúe muy poco, contra los grupos armados. Por extraño que parezca, a pesar de que se haya recrudecido la violencia, el presidente Chirac queda absolutamente silencioso al respecto.Los jóvenes que fundaron el movimiento nacionalista, en 1965, analizaron, quizá con razón, el poder de los clanes como un factor de parálisis de la sociedad y pensaron que debían acabaron el viejo sistema para sacar su tierra adelante. Cometieron, sin embargo, el error de creer que el Gobierno francés protegía a los jefes de los clanes (en realidad, aquél sólo cerraba los ojos ante ciertas irregularidades) y organizaron una lucha abierta contra el Estado y los ciudadanos, franceses. Entonces aparecieron las pintadas "i francesi fora" y se multiplicaron las amenazas y vejaciones, lo que obligó a los franceses a irse de la isla, hasta el extremo de que hoy en día apenas queda un número reducido de ellos. Se trató, en cierta medida, y sin que adquiriera formas tan drásticas como en Bosnia, de un fenómeno de purificación étnica que se desarrolló a lo largo de los años ochenta.

A pesar de todo, los nacionalistas no se benefician del apoyo mayoritario de la población. En los, comicios regionales celebrados desde la creación, en 1982, de un Parlamento corso, los partidos nacionalistas nunca obtuvieron más del 20% de los votos. Su influencia se halla mermada por la división en dos grupos: el FLNC "canal histórico" y el FLNC "canal ordinario". Los especialistas opinan que dicha escisión traduce una pugna por el control de grandes sumas de dinero logradas en veinte años mediante el impuesto revolucionario exigido a bancos, hoteles, etcétera. Parece que los grupos terroristas se deslizan hacia actividades y luchas internas mafiosas. Esto es lo más grave de la situación, y la impasibilidad del Gobierno resulta preocupante. Su única respuesta, hasta ahora, ha consistido en decidir la transformación de la isla en zona franca a fin de incentivar las inversiones, lo que significa que será un territorio donde la legislación social, económica y política no se aplicará.

Muchos demócratas, incluidos los nacionalistas que rehúsan los métodos cruentos, temen que Córcega se convierta en un espacio sin Derecho, utilizado, por la mafia siciliana como trampolín para sus actividades en Francia, y deploran la indiferencia exhibida por la ciudadanía francesa. Ni si quiera el Frente Nacional del sector Le Pen, cuya máxima preocupación es la identidad nacional, emite opiniones sobre el problema. La completa ausencia de debate no es la menor de las para dejas corsas.

Yves Lacoste es director de la revista de geopolítica Hérodote y catedrático de la Universidad de París VIII.Traducción: Bárbara Loyer.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_