Poco fútbol y mucho fuego
Kovacevic y Tomás firmaron el empate entre la Real y el Sporting
El partido, para hallar la recompensa, estaba plagado de minas. A cada paso, y especialmente en la frontera divisoria; explotaba un artefacto que impedía progresar al otro país, allí donde teóricamente se crea la maravilla pero donde los delanteros de ambos bandos habitaban en condición de exiliados futbolísticos.Floro e Irureta defendían su frontera para dilucidar en un fogonazo quién era el primus interpares. Predominaba la infantería, es decir, el fútbol fogoso y aplicado pero poco inspirado, el que nace del pulmón más que de las neuronas y condena a los sabios a la condición de pasantes.
Y eso que el partido se rompió al primer toque. Kovacevic, luego olvidado, halló el hueco preciso para cabecear con estilo un centro de Fuentes. Fue un gol a la antigua usanza, que sin embargo predispuso el partido a la presunta modernidad, la que convierte la estrategia en la alquimia de la victoria. No hubo tal.
El Sporting adelantó un par de metros el peonaje y el atasco en la frontera acabó con el fútbol. Kovacevic y Lediakhov adquirieron carta de refugiados y se perdieron en la soledad más absoluta. El partido se quedó sin imaginación. Todo era un derroche, una aventura para sobrepasar la franja central, un repase (que no un repaso) que conducía inevitablemente al error en cualquiera de sus intentos.
El partido no era ni malo ni bueno, si acaso un ejercicio de voluntarismo pacifista salvado apenas por alguna diagonal de Nikiforov y alguna que otra correría de Aranzábal para otorgar alguna medalla al encuentro. Y en esto llegó el gol del Sporting como se firma la paz en ocasiones, por sorpresa. La defensa donostiarra se adormeció en un libre directo, no pidió la barrera y Nikiforov habilitó con inteligencia a Tomás para que obtuviera el gol.
El tanto, como el de la Real, era la circunstancia del partido: mitad mérito personal, mitad coincidencia. Fue en cualquier caso el bálsamo para la disputa. A raíz del empate, Sporting y Real se dispusieron al forcejeo, a cruzar intenciones en la frontera del medio campo, allí donde dominan los más fuertes (Mild, Tomás y compañía) y donde se pudren los mejores.
A excepción de dos cabezazos de Kovacevic y Luis Pérez, el partido fue tan pacífico como honrado, tan insulso como físico, tan estratégico como falso. Floro condenó a su mejor futbolista, Lediakhov, a la condición de exiliado y la Real se olvidó de Kovacevic como si el gol hubiera colmado sus aspiraciones. Sólo quedó el culturismo, el dispendio de los que sobresalen en los tests físicos de la pretemporada y que satisfacen la adrenalina de los técnicos en tiempos de penuria. Poco fútbol y mucho fuego para un empate sin brillo. Un armisticio entre infanterías.
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