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FÚTBOL PRIMERA JORNADA DE LIGASEGUNDA DIVISIÓN

El silencio del cemento

La categoría de plata sigue siendo la hermana pobre de un fútbol que mueve miles de millones

Tiene algo de pobre. Y de querer y no poder. La Segunda División española acostumbra a hablar alto en contadas ocasiones. Lo hace, por ejemplo, en las reuniones de la Liga de Fútbol Profesional, donde se decide todo lo decidible. Pero sobre, el césped sólo ofrece susurros. Y en la grada, por regla general, silencio, el silencio del cemento.Nunca ha apasionado la categoría, convertida históricamente en un pozo para casi todos. Que asusta a los grandes y apenas permite a los pequeños sobrevivir malamente. Y que ofrece cifras de mísero aspecto. Valga como muestra el que la media de espectadores por partido en la pasada temporada no superó los 5.000. Y mientras la asistencia total a los estadios en Primera categoría en la que se mueven miles de millones, se fue más allá de los 11 millones, en la tradicionalmente llamada categoría de plata ni siquiera rozó los dos.

Hubo equipos, por supuesto, que se salvaron del masivo éxodo de los aficionados. Que aguantaron el chaparrón y las dificultades de formar parte de un campeonato que parece producir alergia a los fieles del fútbol español. Fue aquél el caso del Hércules, Mallorca o Alavés, que siempre llevaron gente a sus estadios. Gracias a ellos las cifras señaladas anteriormente se limitan a bordear el ridículo, sin llegar a empaparse de él.

Hubo detalles en la pasada campaña de chistoso aspecto pero que no admiten más que una sombría lectura. Por ejemplo, el loable empeño de un comentarista radiofónico de Marbella en averiguar con exactitud el número de espectadores que poblaban, es un decir, las gradas del estadio marbellí. Contando, contando, llegó el hombre a la conclusión de que allí no había más que 78 personas.

Pero el caso del Marbella es excepcional. Y no por su trayectoria deportiva, que fue patética, sino porque se trataba de un club roto y desheredado, al que un tipo de circense aspecto apellidado Petrovic dejó como un solar. Y nada arregló la aparición de Gil, máximo edil marbellí. Los jugadores siguieron sin cobrar y aguantando las diatribas del alcalde-presidente. El caso es que hasta las señoras de la limpieza abandonaron sus utensilios, hartas, quizá, de trabajar gratis.

Claro que la gente tampoco apoyó a otros clubes de aspecto más saludable. Ahí está el caso del Leganés, empeñado como estaba en hacer historia, pues llegó a ocupar posiciones de ascenso, que comprobaba con lógico estupor que ni siquiera era capaz de llenar su minúsculo estadio de 5.000 plazas. "Si llegamos a ir mal aquí no viene ni el árbitro", llegó a señalar uno de sus jugadores.

Y lo mismo -le ocurrió al Toledo. Y al Villarreal. Y al Éibar. Complicado resulta hallar una explicación convincente. Podría basarse aquella en los precios de las entradas, que en algunos casos asombran, y retraen, a un aficionado que no encuentra equilibrio entre el desembolso producido y el producto ofrecido.

La temporada pasada dejó algún que otro detalle llamativo. Pero sin exagerar. Se elevó el Hércules por encima de todos, abrazado a la lógica que dicta que quien tiene puede. Pero no ocurrió lo mismo con el Mallorca, que sólo dejó de dar bandazos a última hora, lo que le impidió ir más allá de la promoción de ascenso. Sí lo consiguieron el Logroñés y el Extremadura, un equipo éste de desolador aspecto que se coló en el paraíso.

Que es a lo que aspira esta temporada el Las Palmas, la gran sensación de la categoría. Y lo es por haberse convertido en el noveno equipo que más dinero se ha gastado en España. Paseará el cuadro canario su silueta de nuevo rico por estadios vacíos y campos desoladores. Pero lo hará con un traje que le ha costado la friolera de 800 millones de pesetas.

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