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Tribuna:HOGUERAS DE AGOSTO
Tribuna
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Casino, sin Scorsese

Anoche tenía un cuerpo loco -ansias de degradación, de sumirme en los abismos del animal de bellota que, pese a todo, llevo dentro-, y decidí acercarme por el Paladium de Mallorca, para entregarme, primero, a las locuras de un espectáculo con mucha lentejuela y varones en mallas, y, después, al arrebato de la ruleta, para perder quién sabe si hasta la honra y terminar, harta de whisky, en un rincón dispuesta a acabar con mi arruinada vida cortándome los tímpanos con Macarena.Y nada sucedió tal como lo esperaba. Yo no había estado en un casino desde que, en el de Cannes, hace más de 20 años, gané apostando al 16 negro lo suficiente para pagarme el aborto en curso, e ignoraba hasta qué punto, en 1996, las cosas pueden resultar distintas. El Paladium, que es un centro recreativo situado en el municipio de Calviá, es un lugar que recomendaría a mis propios hijos si no se hubieran ido Támesis abajo. De hecho, al dinner-show asisten cientos de familias, que quedan encantadas con un espectáculo lujoso pero recatado, moderno pero artístico, marchoso pero fino. Y no se lo van a creer: dispone de guardería para los más pequeños, que, mientras sus mayores zampan -dos mil cenas servidas a la vez, y calientes, todo un récord- y se extasían con las cabriolas de un caballo en escena o un número de azafatas de Iberia, o los equilibristas procedentes del circo de La Ciudad de los Muchachos -¿cabe más recato?, me pregunto-, los chiquitines se amorran a los videojuegos o triscan por la moqueta, al cuidado de una especie de niñera. Y la apoteosis Final no consiste en un despelote general.

De modo que ni pecado ni ludibrio: los tiempos castos que corremos aconsejan este tipo de espectáculo, una placentera forma de pasar las horas sin peligro de caer en el infierno, muy adecuada para las preferencias actuales de los turistas de tour operator, principales proveedores de clientela de la zona. El Paladium y algunas mansiones de sus alrededores, junto con Santa Ponsa, Palmanova y Peguera, constituyen la parte noble de Calviá, y su contraluz sería Magaluf, que arrastra la degradación de más de treinta años de turismo, aunque su alcaldesa, la socialista Margarita Nájera, afirma que va a meterle mano, como ha hecho en las áreas antes mencionadas. Magaluf, que recibe paquetes de turistas británicos, a quienes les sale a 25.000 pelas una semana en Mallorca, viaje y hotel incluidos, fue, con el Arenal, el principio de todo: el milagro de la erección -que siempre es un milagro- de grandes edificios, rascacielos que representaban, para el payés que se veía obligado a emigrar, la promesa de una riqueza inesperada.En la zona, hoy, muy cerca de donde los jovencitos se alcoholizan, pasan sus vacaciones familias británicas que sólo notan que están fuera de casa por la presencia del sol y del licor accesible a cualquier hora. Se les puede ver consumiendo su cena de pastel de riñones con beans -una industria local fabrica comida para ellos-, acompañada con pintas de cerveza o jarras de sangría, siempre sentados ante un gran televisor que les ofrece sus series -las de su pais- favoritas. En las tiendas de souvenirs venden falsas muñecas victorianas, y los huevos con beicon del desayuno saben a sus propios huevos con beicon. Es muy difícil, me dijo la alcaldesa Nájera, convencer a los hoteleros para que frenen la degradación de los paquetes, porque si, a mediados de junio, no tienen todas las habitaciones comprometidas para el verano, les entra el pánico y aceptan cualquier cosa. En cuanto a los jovencitos, Margarita Nájera tuvo la gentileza de aclararme que los de ahora no lo son: "Eso era hace cinco o seis años. Mineros recios, llenos de tatuajes, que destrozaban un bar en una noche de bronca. Éstos son más bien hijos de papá, de clase media". Aunque beben, eso sí, tanto como los otros.

Menos mal que el Paladium es otra cosa, y aunque no encontré abismos de ludibrio, me deleité con los Four Tops, que conservan a un miembro del cuarteto original, el estupendo y venerable Edwin Batler.

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