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Tribuna:
Tribuna
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Ferragosto

El apogeo del estío (que, como todos sabemos, es también el comienzo de su declive) no ha aportado novedades positivas a la res pública, municipal y espesa de este pobrecito enfermo incurable llamado Madrid. Y no lo ha hecho ni siquiera en aquellos contextos que, por razones estacionales, hubieran permitido albergar alguna esperanza. Las constantes vitales del infeliz no mejoran: como sigamos así, nadie podrá evitar su deceso a la vuelta de unos años.Los árboles, mecachis. No hace todavía dos meses, aireaba yo en esta tribuna la ilusión de que, terminada la pavorosa época oficial de poda, se les dejara convalecer durante algún tiempo sin añadir vejaciones a las sevicias sufridas. Vano anhelo, pues el excelentísimo y sapientísimo Ayuntamiento se ha percatado de pronto, este verano, de que había por las calles, plazas y parques de la capital muchos árboles inclinados, y ya se sabe lo feo que hace. Donde está una buena tierra seca, machacada por el sol, con adobo de caquitas perrunas... Así que se ha puesto a talarlos con la inexorable eficacia habitual en estos casos. En ciertos lugares, como el parque del Calero, han talado también, ya de paso, los chopos, aunque estuvieran tiesecitos. Una señora protestó tímidamente. Un capataz de Parques y Jardines explicó, bonachón: "¡Huy, es que no sabe usted lo que manchan estos condenados ... !". Y el público fuése, y no hubo nada, ni nadie que preguntase siquiera "oiga, ¿y por qué los plantaron?". Casi sin transición, nos enteramos de que un árbol en el cruce de Mauricio Legendre y Padre Francisco Palán y Quer ha provocado presuntamente un accidente por tapar un semáforo. El supuesto culpable ha sido ya punido -¡era un olmo, encima, con los poquitos que nos van quedando!-, sin juicio previo y sin que estuviera presente al menos un abogado de oficio, y el Ayuntamiento, oficas una vez más como un demonio, anuncia la modificación de 25 cruces urbanos, 25, en pro de la "movilidad" y la "seguridad". ¿Cuántos árboles caerán en la operación? Pongámonos en lo peor: la matanza de las Fosas Ardentinas, tan promovida en estos días, va a quedarse en agua de borrajas. Por cierto, señor alcalde, le propongo una buena acción arbórea a cambio, aunque quiero que sepa que, según el viejo y sabio Billiken, "una buena acción no justifica una mala". Se trata de lo siguiente: don Agustín Rodríguez Sahagún, brillante antecesor suyo en el cargo, prometió a los madrileños de buena voluntad, en su día, reponer los ochenta añosos y frondosos árboles que rodeaban el monumento a Calvo Sotelo, devolviéndolos a su lugar de origen, una vez finalizado el túnel viario de la plaza de Castilla. La muerte, que es muy mandona y rabanera, le impidió llevar a cabo tan noble propósito, pero usted quedaría como un príncipe, por una vez, si los restituyese. Los ruidos, leñe. Nada importa que la mayoría de los vecinos de la modesta calle General Ramírez de Madrid estén de veraneo. El Servicio de Limpiezas y, sobre todo, los dementes de los tubos estruendosos -más estruendosos que nunca con la rúa vacía y desierta- siguen pasando a las ocho menos cuarto de la mañana, erre que erre, sin reparar en vacaciones, sueños y otras tontunas burguesas. Sólo ellos, entre todos los hombres y mujeres del mundo, son capaces de producir un ruido tan apocalíptico. Sólo ellos, entre todos los hombres y mujeres del mundo, consiguen llenar nuestros balcones y casas de polvo, humo y contaminación. ¡Hurra por estos esforzados servidores de la res (pública)!

Las aceras, caray. Por Madrid debe haber pasado ya la famosa Operación Asfalto (no suelo enterarme ya que por mi calle jamás discurre: tengo la justificada sospecha de que siempre elige los mismos itinerarios para sus maniobras estivales y nosotros, sencillamente, no estamos incluidos), mas ¿para cuándo se deja la Operación Acera? No hace falta posar reverentemente la planta sobre las marmóreas baldosas del paseo marítimo Duque de Ahumada / Gil y Gil de Marbella ni recorrer las calles de Vilagarcía de Arousa o Sanxenxo, pongo por caso, para comprender lo pobres que somos en Madrid. Cualquier pueblecito de Andalucía o Extremadura, con ínfimos presupuestos municipales, da sopas con honda a la capital del reino, estrictamente tercermundista en comparanza. Contemplen los arqueólogos amateurs las aceras de Modesto Lafuente, pongo por caso, y sabrán en el acto de lo que estoy hablando

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