Crivillé fulmina a Doohan por dos milésimas
El piloto catalán derrota de nuevo al australiano en un final de película
Gestos de interrogación. Preguntas a un lado y a otro. ¿Quién ha ganado? De pronto, Anna Nogué, la novia de Alex Crivillé, se abraza al jefe de mecánicos, el francés Gilles Bigot. Y es que en el monitor de tiempos aparece el nombre del noi de Seva encabezando la clasificación definitiva del Gran Premio de la República Checa. En la pista, durante la vuelta de desaceleración tras la bandera a cuadros, Crivillé y su rival, el australiano Mick Doohan, aún no sabían quién era el vencedor de la carrera de 500cc.Sólo dos milésimas separaron sus motos encima de la línea de meta. Apenas 10 centímetros, el ancho de un neumático. Y la ínfima ventaja fue para el piloto catalán, que logró su segundo triunfo consecutivo, fulminando de nuevo al bicampeón mundial, el todopoderoso Doohan.
Crivillé sólo supo que había vuelto a derrotar al rey cuando alcanzó la zona de podio y vio las caras alegres que se le acercaban. Doohan, en cambio, no asumió que había perdido hasta que aparcó la moto junto a su gente. Las expresiones eran serias. Mucho más serias.
Físicamente estaban a 10 metros de distancia el uno del otro, después de que en el campo de batalla la diferencia fuera de dos milésimas, en realidad un mundo separaba a los dos grandes protagonistas del Mundial, a los dos hombres que son compañeros de equipo y a la vez rivales encarnizados sobre la pista.
Una carrera de ensueño
La carrera resultó bonita, la última vuelta, extraordinaria y el desenlace fue de los que hay que enmarcar necesariamente. En los libros de historia del motociclismo mundial siempre se recordará el Gran Premio de la República. Checa de 1996. Ni a los más veteranos del circo se les podía ocurrir que un mano a mano, por muy anunciado y repetitivo que fuera, pudiera resolverse en un suspiro, por menos de un palmo. Y esta vez no fue una metáfora.En casa de Crivillé, en la cada vez más grande vitrina que tiene en su oficina, el trofeo hecho a mano en hierro forjado por un artesano de Brno ocupará un lugar de privilegio. A Doohan, por el contrario, le costará olvidar el cabreo de ayer. Vale que su escudero ha progresado, vale que cada vez está más cerca, incluso es aceptable que le ganara 15 días atrás en Austria. Crivillé lo merecía. Pero a nadie puede sentarle bien sucumbir de la manera que lo hizo ayer el piloto australiano. Y menos a un tipo que tiene tan mal perder como él.
Sólo la foto-finish sirvió para convencer a Doohan, seguro de que había ganado. Se lo tomó con poca filosofía, apenas felicitó a su verdugo y en el podio ni siquiera saludó a los aficionados ni agitó el cava para el tradicional riego de los vencedores.
A su lado, en el escalón reservado al número uno, en ese piso de cajón que hasta hace tan poco parecia su coto cerrado, su heredero mostraba su sonrisa más amplia. Esta vez los fotógrafos no tuvieron que chillarle para que expresara su alegría.
La forma en que Crivillé consiguió la victoria y la manera en que la fraguó durante las 22 vueltas del Gran Premio de la República Checa resultaron igualmente satisfactorias. En los primeros compases, después de una salida bastante floja, Crivillé remontó, tuvo que montar, pasar a un montón de pilotos que se le habían adelantado al encenderse el semáforo verde. Lo hizo a lo grande, como los jefes, como lo hacen los que dominan con suficiencia, como ha visto hacerlo a Doohan.
Frenadas mágicas
Desde el séptimo lugar en que cruzó la primera vuelta, el piloto catalán, de 26 años, voló hasta el liderato en la novena, dejando a su paso maniobras de autoridad, frenadas mágicas, incluida la que le permitió superar por primera vez al enemigo australiano. Esas nueve primeras vueltas fueron, después de su exhibición en el circuito de Jerez, tras su triunfo en Austria, la confirmación de que Crivillé va camino del número uno.A partir de ese momento, las dos figuras del campeonato, sobre las dos motos de la escudería Repsol-Honda, intentaron escaparse, pero no lo lograron. El estadounidense Scott Russell (Suzuki), primer líder de la prueba, se pegó a ellos. Crivillé primero, Doohan segundo, Russell tercero. Así siete vueltas. Hasta que el australiano decidió que el ritmo era bajo, que había que viajar más deprisa y decidió de forma inmediata acelerar la carrera.Su tirón sirvió para descolgar lo suficiente a Russell, pero no para intimidar a Crivillé. El catalán ya está acostumbrado a semejante estrategia del campeón. Llegados a la vuelta final, todo el circuito volvía a esperar un desenlace como el de dos semanas antes en Zeltweg. 70.000 personas en pie viviendo tensión y espectáculo.
Y en la zona de talleres un grito suspirando por Doohan -sus mecánicos y su chica- y la inmensa mayoría aguardando un puyazo de Crivillé, convertido en el piloto más popular del momento, por su simpatía y por ser el hombre que está poniendo fin a la hegemonía del australiano.
El no¡ de Seva lo intentó una vez, pero se pasó de frenada, y Doohan siguió líder. Y en la última curva, por el sitio imposible, por el exterior, lo increíble se hizo realidad. Las dos motos cruzaron la meta emparejadas. Por eso hubo que esperar hasta que el monitor de tiempos, conectado a la célula fotoeléctrica, desentrañara el misterio.
Crivillé había vuelto a ganar y, además, en Brno, donde conquistó su título mundial de. 125cc en 1989. Un día de película. Inolvidable para el piloto catalán.
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