Tesoro
Éramos muy jóvenes cuando creíamos que la injusticia de este mundo la iban a remediar los tractores soviéticos, los éxitos del Spuknik y del astronauta Gagarin, la paloma de Picasso, los congreso de intelectuales, el zapato de Kruschef, las protestas de los cantautores, las conferencias de paz. No hay que avergonzarse por haber creído que un día todos los hombres seríamos iguales. Esta utopía coincidió con un tiempo feliz en que también teníamos a bellas muchachas en brazos. Perdimos la inocencia política con la sangre de Hungría, con los tanques de Praga o con el primer viaje a Moscú. Cuando descubrimos la desolación del comunismo decidimos rebajar nuestra fe en la bondad universal y pusimos el listón a una altura más humana. La Unión Soviética parecía a punto de desmoronarse, pero ahí estaban los socialistas con sus masters, sus barbitas y su ética. Muy bien, después de todo, sólo con la ética en este país también se podía hacer la revolución. Compartimos con los socialistas sus primitivos bocadillos de calamares y luego les dimos el voto que les llevó al poder. Esta vez no íbamos a fallar. Saltaron los primeros escándalos. Primero no lo creímos. Luego quedamos perplejos, heridos y finalmente desmoralizados. La evidencia de la corrupción cayó sobre nosotros como un segundo muro de Berlín. Dos muros son demasiados cascotes para una conciencia. Ahora muchos nos miramos en el espejo y no nos creemos personas más íntegras, sino unos tipos normales con buenos sentimientos a quienes sólo les queda una gran frustración, que es nuestra parte más noble. Algunos la guardamos como un tesoro. La cultivamos con toda clase de imprecaciones para que nunca e diluya, con la esperanza de no ser burlados por tercera vez viéndonos ahora con una pajarita en la nuez, convertidos en ultraliberales. No hay que avergonzarse por haber creído que, las cosas iban a cambiar. En una época tuvimos en nuestros brazos bellas muchachas que también se han esfumado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.